La periodista Rosa María Calaf ha pronunciado una vibrante y apasionada conferencia en el salón de actos del Rectorado, como actividad complementaria de la exposición Mujeres en el Laberinto que se puede visitar en las salas de exposiciones del edificio del Parque. En su charla, titulada Ser mujer en el Congo: La dignidad arrebatada, ha expuesto la realidad oculta del país centro africano que suma “más de cinco millones de muertos en una guerra sin fin y de la que apenas se habla”; ha explicado la terrible paradoja que sufren los habitantes de uno de los países más ricos de África en recursos naturales y más pobres del mundo en renta por habitante y no ha hurtado argumentos para identificar tanto a las víctimas como a los culpables de la situación.

La exposición “Mujeres en el Laberinto” se inauguró el pasado día 3 y se podrá visitar hasta el día 8 de abril. Está compuesta por 22 fotografías de gran formato, la mayoría centradas en Emiliane, Charlote, Justine, Tuliya y sus familias; las víctimas de este expolio; pero en las que también hay un pequeño espacio para dejar constancia de los responsables directos de esta deplorable realidad que viven las mujeres y las niñas en la zona este de la República Democrática del Congo: las riquezas causantes de su extrema miseria (diamantes, oro, petróleo, gas o coltán) y los chamanes que utilizan la confianza que tienen en ellos sus paisanos y las supersticiones que se extienden por todo el planeta para sacar beneficio a prácticas execrables como la hematomancia.

Rosa María Calaf ha reafirmado con su testimonio la denuncia que Concha Casajús y Paco Negre trasmiten con sus imágenes. “Me parece muy acertado todo, desde las imágenes en sí mismas, como el título de la exposición y del diaporama con el que se ha abierto este acto”. El montaje de diapositivas es una obra de Concha Casajús titulada “Mujeres que rompieron el silencio” con el que la fotógrafa rinde homenaje a  las protagonistas de la exposición, mujeres que se atrevieron a romper el silencio y exponer en público sus historias con la esperanza de que no haya más mujeres, ni más familias expuestas a situaciones de violencia extrema.

El silencio en torno a la guerra del Congo no es casual ni inocente. Es algo programado para ocultar las consecuencias de la  lucha y el robo de valiosos recursos que usamos sin problemas  en nuestro vivir cada día y que gracias a nuestra ignorancia o indiferencia, acaba siendo una maldición para sus habitantes.  Las facciones locales se suceden en el dominio, pero, las víctimas son siempre las mismas. Muy especialmente, las mujeres. La violación y la violencia sexual son empleadas rutinariamente cómo arma de guerra para subyugar y aterrorizar comunidades, destruyendo el tejido social que podría oponer resistencia a la explotación salvaje y a los abusos de derechos humanos.

A la hora de señalar responsabilidades, Rosa María Calaf, apuntó e primer lugar a las autoridades y a los señores de la guerra locales que “someten a sus propios conciudadanos a sufrimientos inhumanos para acumular riqueza”,  puso al mismo nivel “a los propietarios de las multinacionales que alientan, sufragan o animan estos derramamientos de sangre para obtener las materias primas a precio barato y ampliar sus cuentas de beneficios” y a “los medios de comunicación que ocultan de manera deliberada lo que está ocurriendo, faltando a una de las principales obligaciones del periodismo que es desvelar lo que está oculto, lo que se trata de esconder”

 

“Incluso los ciudadanos occidentales tenemos nuestra cuota de responsabilidad por no hacernos preguntas incómodas; no al mismo nivel que los caciques locales, ni que los burócratas de las multinacionales, ni que los propietarios de los medios, pero tenemos una parte de responsabilidad y, sobre todo, tenemos en nuestras manos el cambio de enfoque de la realidad”. “Podemos –insistió- forzar que el ser humano sea el centro de la actividad política y económica en lugar del beneficio económico que, a día de hoy, es el motor de esta sociedad tan injusta”. “Es cierto –reconoció- que para poder tomar conciencia y poder forzar ese cambio de paradigma, primero tenemos que conocer la realidad que hoy nos ocultan los medios”. “Si tuviéramos ese conocimiento –continuó- seríamos más los que exigiríamos poder adquirir dispositivos electrónicos manufacturados con coltán libre de sangre y es posible que hubiera más compañías que ofertaran ese tipo de productos, no como en la actualidad que yo sólo he encontrado una compañía que asegure el uso de coltán limpio y para lograr uno de sus móviles hay que apuntarse a una lista con meses de espera”.

A pesar de todo, Rosa María Calaf se mostró optimista de cara al futuro; un optimismo basado “en la experiencia y compromiso de muchas personas anónimas, muchas de ellas mujeres como las de la exposición, que se están jugando la vida a diario para lograr un futuro más humano”. “Mi optimismo –concluyó- es además un reflejo de supervivencia porque creo que si el ser humano no reacciona y modifica el rumbo, este  camino nos lleva directamente a la extinción de la raza humana”.