La Universidad de Málaga engrandece hoy su claustro de Doctores Honoris Causa con una voz que nos ha llegado como alimento para el oído, como manantial del corazón. Como un abrazo entre el contenido y la forma.

La música es lenguaje más allá del lenguaje. Es ritmo, es tonalidad. Ritmos que ordenan los tiempos. Tonalidades que ordenan los sonidos. Acabamos de sentirlo a través de un instrumento musical, la voz declamada de Carlos Álvarez.

Del mismo modo que el pintor reproduce los rasgos y los colores, el cantante lírico nos ofrece con sus inflexiones los tonos, los acentos, incluso los suspiros de la propia alma, justo allí donde el sonido y el sentimiento se hacen la misma cosa, donde lo más íntimo convive con lo divino. He ahí su grandeza. Solo la música es capaz de llegar hasta lo sagrado sin perder su carácter humano.

La música es un lenguaje sin fronteras. Es el idioma que nos une a todos y que expresa lo más humano, lo más profundo. Es el diálogo que expresa las emociones y pronuncia los sentimientos.

La música es un lenguaje universal que no conoce barreras, que, a cualquiera habla por igual, sin prejuicios y sin prerrogativas, sin importar el origen ni la raza.

Estos rasgos evocan nuestra misión como Universidad Pública. Una institución de vocación universal, también sin barreras, abierta a todo y a todos. Una institución donde hombres y mujeres están comprometidos con la aventura de la educación, comprometidos a formar a los ciudadanos del futuro, sin importar de donde vienen y quiénes son, sino qué quieren ser y qué quieren saber.

Ciudadanos de un mundo cada vez más amplio pero cada vez más pequeño, un mundo sin fronteras en el que todos tenemos el derecho de ser.

Pero la música también es otra cosa. Para los pitagóricos, nada ni nadie escapaba al número. Por entonces, si el universo se mantenía unido se debía a las armonías sonoras. Los propios cielos permanecían en rotación gracias a ciertas modulaciones armónicas. La música estaba en las matemáticas. La música se acercaba a la filosofía, se identificaba con ella como dialéctica y como suprema sabiduría. Platón la concebía dentro de su ideal educativo.

La música y el canto son formas de entender al hombre y de explicar el mundo, es un conocimiento que se crea, que se transmite, y que transforma a la sociedad cambiando a cada uno de nosotros. Hoy, además, vemos a través de nuestro nuevo Doctor honoris Causa, que la música es talento, es esfuerzo, es resultado de la pasión y del trabajo firme. 

La música educa y forma, la música es cultura y conocimiento. Por esto es necesario que la música esté en la formación universitaria, por ello es necesario que la universidad tenga un papel importante en la enseñanza de la música. La formación musical en la universidad es una necesidad que no se puede, ni se debe, demorar. Talento, arte y ciencia para formar mejor a quienes van a convivir con el futuro.

Robert Schumman decía que el arte es inseparable de la vida. Que es la expresión, el reflejo del artista. Un compromiso total con su propia vida que se basa en la generosidad y en la sensibilidad. En estar dispuesto a darse a los demás. Y la vida de Carlos Álvarez es eso, sensibilidad, generosidad. Darse a los demás es una vocación que le ha acompañado siempre. Desde que empezó aprendiendo el arte de curar hasta que un día decidió cambiar los apuntes de medicina por el pentagrama. Y cantar ópera. Pero cantar no sólo para el goce de los oídos, sino más allá, para influir en sus semejantes, para compartir los valores éticos y estéticos, la cultura, la idea de justicia. Incluso para derramar el sosiego que reconforta. Si recordamos a Platón, la música también contribuye a sanar los males del espíritu.

Hace ciento treinta y siete años, en una tarde como esta, la Universidad pública de Wroclaw, investía doctor honoris causa a Johannes Brahms. La propuesta, igual que ahora, había partido de la Facultad de Filosofía y Letras.

Brahms, que para entonces ya había dado a la música lo mejor de sus composiciones, quiso corresponder al honor regalando a la universidad que lo recibía una composición titulada Obertura para un Festival Académico. Una obra que apenas duraba diez minutos.

En la impresionante Aula Leopoldina, en la culminación de la investidura, se hizo el silencio. Brahms tomó la batuta, abrió los brazos y dirigió. El auditorio siguió la interpretación entre el asombro de unos y la admirativa complicidad de quienes conocían al nuevo doctor. Cosas de Brahms, debieron pensar. La Obertura era una composición basada en viejas canciones estudiantiles que hablaba sobre la brevedad y la futilidad de la vida. Nos habebit humus. Pero al mismo tiempo invitando a la alegría y al gozo, Gaudeamus Igitur.

Y Gaudeamus Igitur también hoy. Porque el tempo musical marca nuestro tiempo académico.

Hoy, la ópera, el arte supremo musical, se ha unido a la Universidad y lo ha hecho de viva voz. Por la voz de quien ejercerá entre nosotros su magisterio artístico-vital, quien nos ayudará a ser mejores.

Dr. Carlos Álvarez, sea cordialmente bienvenido al Claustro de la Universidad de Málaga, donde el mayor honor es el servicio a los demás.