Un repaso al lenguaje


Salvador Guirado


Como ocurre con casi todas las funciones cerebrales superiores, la comprensión neurobiológica que tenemos del lenguaje, una habilidad única de los humanos, es muy rudimentaria. Sabemos algunas cosas importantes, quizá la primera de ellas es que las funciones del lenguaje se localizan en la mayoría de la población en uno de los dos hemisferios cerebrales, en concreto el izquierdo (en un número significativo de zurdos, el 15%, el lenguaje se localiza en el hemisferio derecho). Esta asimetría de los hemisferios cerebrales, prerequisito la capacidad para el lenguaje, no es sólo funcional sino también anatómica, es decir, el lóbulo temporal del hemisferio izquierdo es mayor que el del lóbulo derecho en los casos de dominancia izquierda del lenguaje. Como las grandes circunvoluciones del cerebro suelen dejar huellas en el cráneo, es posible estudiar el registro fósil en busca de estas asimetrías. Así a partir de los trabajos de Marjorie LeMay en 1976 se sabe que esto ocurrió pronto en la historia de la especie humana, quizá hace unos 300.000 años, puesto que se hallan huellas de esas asimetrías morfológicas asociadas con el lenguaje no sólo en neandertales sino también en el hombre de Pekín, cuya antigüedad está datada entre 300 y 500 mil años.
Otro de las cosas importantes que se saben es que gran parte del proceso es innato. Así, aunque la adquisición del lenguaje necesita claramente de un aprendizaje, los mecanismos de los aspectos universales del lenguaje están determinados por la estructura del cerebro humano. Dicho de otro modo, el cerebro humano está preparado para aprender y practicar el lenguaje; la lengua particular que se hable, el dialecto o incluso el acento con el que se hable van a estar determinados por razones ambientales.
A lo largo de las últimas décadas han sido varios los intentos de buscar modelos animales donde estudiar las características del lenguaje: son conocidos los intentos de enseñar algún tipo de lenguaje a chimpancés y aunque éstos han demostrado que pueden aprender palabras y usar signos, el vocabulario que pueden llegar a adquirir es mucho menor que el de un niño pequeño. De tal manera que los modelos animales han resultado ser de una utilidad limitada, y los acercamientos experimentales que se utilizan para estudiar el lenguaje se basan bien en cómo se desarrolla su adquisición en niños o bien en estudios clínicos de cómo se ven afectadas ciertas capacidades en pacientes que sufren distintas lesiones cerebrales. Estos últimos estudios dieron como resultado el reconocimiento de determinadas estructuras cerebrales que intervienen en el lenguaje y de las rutas de interconexión entre ellas. Las más conocidas son el área de Broca y el área de Wernicke.
Desde hace unos pocos años, los investigadores pueden usar técnicas no invasivas de estudio del sistema nervioso central. Una de ellas es la tomografía por emisión de positrones (ver Encuentros en la Biología, núm. 25) que permite obtener medidas del flujo sanguíneo cerebral (una medida directamente relacionada con la actividad cerebral) en sujetos que, sin ningún tipo de anestesia, realizan distintas clases de tareas, como leer, pensar, o hablar... Las imágenes así obtenidas muestran una serie de regiones cerebrales directamente implicadas en estas tareas y que en el caso del lenguaje correspondían bastante bien con los modelos propuestos sobre la base de estudios clínicos. Uno de los hallazgos más curiosos de estos estudios acaba de ser presentado en el congreso anual de la Sociedad de Neurociencia celebrado en Noviembre en San Diego (U.S.A.). Tiene que ver con los que aprenden una segunda lengua. Si las capacidades son innatas y sólo se trata de aprender sobre la base del ambiente social, tal y como apuntábamos antes, ¿por qué aprender una segunda lengua requiere un esfuerzo mental tan grande? Todos responderíamos que depende de la edad a la que aprendamos, que si se aprende de pequeño se hace mucho mejor y sin esfuerzo (y de paso todos nos lamentaríamos de no haber aprendido antes). Lo que se ha puesto de relieve en el congreso de San Diego por Brenda Milner y sus colegas de la Universidad McGill de Montreal es que incluso las personas que hablan con fluidez y desde pequeños una segunda lengua tienen que usar zonas extras de su cerebro cuando se expresan en su lengua no materna. El estudio que estaban realizando usaba de la técnica de tomografía de emisión de positrones para ver que zonas cerebrales estaban directamente implicadas en determinas tareas de lenguaje. Como en la provincia canadiense de Quebec, predominantemente de habla francesa, era relativamente fácil encontrar sujetos que hablaran francés e inglés desde pequeños, añadieron un grupo de estudio formado por individuos cuya lengua materna es el inglés pero que hubieran aprendido francés a temprana edad (sobre los siete años) y que hablan ambas lenguas fluida y diariamente. Qué pasa cuando se comparan las imágenes obtenidas de sus cerebros cuando hablan inglés y cuando hablan francés. Pues que el cerebro se activa de distinta manera. Hay una zona extra de activación cuando un inglés nativo habla francés. Esta zona se corresponde con lo que anatómicamente se conoce como putamen, una estructura que forma parte de los ganglios basales, y que refuerza el papel que se les ha asignado a estos ganglios basales en procesos de aprendizaje y memoria. También aquí se mantiene la asimetría funcional puesto que es el núcleo putamen del lado izquierdo el que se activa especialmente para la ocasión. O sea que aparte de servirnos de consuelo (incluso aquellos que aparentemente no tienen problemas en hablar varias lenguas realizan trabajo extra), es una nueva evidencia de que las funciones cerebrales superiores no están localizadas y circunscritas en regiones cerebrales específicas. Es evidente que este ejemplo podría ser sólo circunstancial, es decir que sólo les pase a los ingleses cuando hablan francés. Intento imaginarme como sería la prueba de un español hablando en chino (o en inglés, que para muchos sigue siendo lo mismo).


Salvador Guirado es Profesor Titular de Biología Celular