Del platonismo a la genética


Manuel José Andreu




Si a los alumnos de Bachillerato se les pregunta por su opinión sobre la Filosofía, estos generalmente tienden a dar una visión que sólo destaca aspectos parciales de ella relacionados con la Ética o la Teología pero en muy raras ocasiones con la Ciencia. Esta marcada disociación entre Ciencia y Filosofía se sigue manteniendo al finalizar la etapa, y, más aún, apenas se modifica durante estudios universitarios de carreras experimentales. Cuando se analizan las interrelaciones entre ambas disciplinas, los alumnos reconocen con cierta facilidad cómo determinadas teorías o descubrimientos científicos pueden influir sobre algunas cuestiones filosóficas, pero no al revés.
No debe sorprendernos. Parece evidente que en general ofrecemos a nuestros alumnos una visión marcadamente autosuficiente de la Ciencia. No sólo son los alumnos quienes consideran que la Filosofía es un materia «de Letras». La propia organización de las enseñanzas del Bachillerato y Universidad así parecen reflejarlo implícitamente. Probablemente esta visión sea simplemente el reflejo de cómo la Ciencia se desenvuelve en la actualidad; sin embargo, un breve repaso histórico sobre la Filosofía y la Ciencia podría ayudarnos a comprender cómo se ha originado esta situación y de qué modo podríamos modificar ciertos puntos de vista en la enseñanza de las Ciencias y en particular de la Biología.
La Filosofía nació durante la antigüedad en Grecia como una nueva forma de interpretar la propia naturaleza humana y todo cuanto acontece a su alrededor. La novedad fundamental de la Filosofía fue desechar viejas interpretaciones mitológicas del Universo y elaborar otras nuevas construidas racionalmente. Los filósofos de la cultura griega se interesaron por la naturaleza del hombre, la justicia, la bondad, la libertad y la existencia de un ser superior tal y como suelen señalar nuestros alumnos, pero también lo hicieron por la estructura de la materia, las leyes que rigen los procesos naturales y por toda la enorme variedad de seres que comparten esa compleja propiedad que es la vida.
¿En qué consiste realmente la vida? ¿Por qué los seres vivos se agrupan en una serie de clases discontinuas? ¿Qué hace que de un ser vivo sólo surjan otros semejantes a este? Los antiguos filósofos se hicieron estas preguntas junto con otras muchas y elaboraron sus propias respuestas globales (sistemas filosóficos) a todas ellas. Y así Platón, por ejemplo, llegó a la conclusión de que debían existir modelos perfectos e inalterables, denominados Ideas, en un mundo diferente de este en el que nos desenvolvemos. Todos los seres de nuestro mundo, vivos o no, se habrían formado como copias materiales de dichos modelos, lo que explicaría que pudieran agruparse bajo un cierto número de categorías y que dentro de cada una de ellas los parecidos entre los seres fueran muy elevados. Aristóteles, por su parte, se preocupó de clasificar metódicamente toda esta variedad de seres de una forma jerárquica y de buscar explicaciones a muchos fenómenos observables en los seres vivos. Vemos pues que desde el comienzo existió una Filosofía de la Naturaleza o Filosofía natural.
Desde nuestra actual perspectiva científica, las interpretaciones de aquellos hombres se nos antojan ingenuas o, cuando menos, enormemente vagas e imprecisas. Más aún, se considera que la influencia de aquellos filósofos sobre el pensamiento científico favoreció determinadas ideas cuya falsedad hoy nos parece evidente. La resistencia a aceptar la evolución biológica, la creencia en la generación espontánea, la concepción tipológica de la Naturaleza que considera la variabilidad como imperfección son sólo algunos de los graves errores que se consideran de alguna manera inspirados o influidos por la filosofía platónica o aristotélica. Vistas así las cosas, es ciertamente difícil hallar puntos de referencia común entre Filosofía y Ciencia. De hecho, un rápido repaso a la Edad Media parece confirmarnos esta opinión.
La Edad Media fue en general una época sombría para la Filosofía natural en Occidente: La Iglesia monopolizó el mundo del conocimiento y la fe se convirtió en un durísimo competidor de la razón como vía de conocimiento. Aunque existieron importantes excepciones una buena parte de los filósofos de la época elevaron sus cabezas hacia lo divino y los trascendente del hombre y se olvidaron de aquellos seres que se movían a sus pies. Puede decirse que aquella polarización de la Filosofía hacia lo espiritual o lo inmaterial durante el Medievo fue el germen de esa disociación que aún hoy observamos y que influyó claramente en el Renacimiento.
El Renacimiento trajo consigo un renovado interés por la Naturaleza en los campos del arte y del conocimiento. Pero aquellos nuevos filósofos de la Naturaleza tomaron el relevo de sus predecesores clásicos con un espíritu crítico e independiente. De hecho se plantearon una cuestión fundamental que no había sido afrontada abiertamente en la Filosofía clásica: Dijimos que ésta se caracterizó por elaborar explicaciones racionales sobre el Universo. Sin embargo, una explicación formalmente correcta (esto es, sin incongruencias lógicas y coherente con lo observado) no tiene por qué ser necesariamente cierta: Si nos encontramos con un amigo en el Ayuntamiento y nos dice que ha estado en la Catedral podemos suponer que ha ido directamente de un lugar a otro a través de la calle principal, pero sabemos que esta es tan sólo una de las innumerables hipótesis que podrían ser ciertas. La única forma de acercarnos a la verdad de una hipótesis es obtener toda la información posible relacionada con ella y comprobar que la hipótesis continúa siendo coherente con toda esa nueva información. Esto es en esencia lo que solemos llamar contrastación de hipótesis y la contrastación de hipótesis es la pieza clave del método científico. En realidad, esta forma de buscar explicaciones sobre la Naturaleza se fue configurando durante la Edad Media pero fue durante el Renacimiento cuando se extendió y afianzó. Fue, por tanto, durante el Renacimiento cuando surgieron realmente las Ciencias de la Naturaleza.
Desde entonces hasta nuestros días, las Ciencias de la Naturaleza , con la ayuda de la Tecnología se han convertido en una inmensa estructura que obtiene información sobre el Universo a un ritmo miles de veces superior al que un hombre puede asimilar. Poco a poco se han ido perfilando sus características distintivas con respecto a los demás campos del conocimiento; pero ahora, es posible comprender que la Ciencia no surgió como algo radicalmente diferente o contrapuesto a la Filosofía sino como una mejora de las estrategias iniciadas por la Filosofía para hallar explicaciones sobre la Naturaleza.
Ahora bien, aunque los científicos obtienen información de la Naturaleza y elaboran interpretaciones según el método científico, no suelen detenerse demasiado a analizar la naturaleza del propio método en sí ni de los conocimientos que pueden obtenerse a través de él. Sin embargo, existe una Filosofía de la Ciencia que trata de hallar respuestas a algunas de estas cuestiones ¿A qué clase de «verdades» puede llegarse a través del método científico? ¿Existen factores extracientíficos que influyan en la elección de hipótesis y en su defensa? ¿Presenta el desarrollo de la Ciencia a lo largo de la Historia algún patrón particular? Dichas respuestas son fundamentales para entender la Ciencia en su justa medida tanto desde una perspectiva puramente científica como globalmente. La conclusión que se extrae de todo lo anterior es sencilla: la Filosofía resulta imprescindible para la Ciencia al menos desde un doble punto de vista, histórico y epistemológico.
Hoy conocemos la existencia y hasta los más delicados detalles estructurales de un tipo de molécula que llamamos DNA, y sabemos de genes, operones y genomas que, sorprendentemente y al igual que la Ideas de Platón, constituyen modelos construidos en un nivel de organización diferente del nuestro, trascienden generación tras generación al ser individual y determinan cómo han de ser construidos esos seres. Indudablemente, hemos mejorado algunas de nuestras respuestas, pero muchas de nuestras preguntas continúan siendo las mismas. En realidad, la Ciencia nunca ha dejado de ser en cierto modo una Filosofía de la Naturaleza.


Manuel José Andreu es Profesor de Enseñanza Secundaria en el I.E.S. Ben Gabirol.