En los últimos años, se ha producido un importante avance
en la investigación acerca de un grupo de proteínas producidas
por bacterias y que son conocidas como superantígenos. Estas
moléculas han despertado un gran interés, ya que interaccionan
con el sistema inmune del hospedador de una manera poco convencional, y
pueden provocar enfermedades tales como shock tóxico, intoxicaciones
alimentarias y enfermedades autoinmunes.
Cuando las bacterias que actúan como patógenos extracelulares
son fagocitadas y degradadas por los macrófagos u otras células
presentadoras de antígenos (CPAs), existen fragmentos de proteínas
bacterianas que son transferidas a la superficie de estas CPAs, asociándolos
a un complejo proteico denominado Complejo Principal de Histocompatibilidad
(CPH) de clase II, que es producido sólo por un cierto número
de células entre ellas los macrófagos. Este complejo actúa
estimulando a una clase de células T, denominadas colaboradoras
o CD4+. Estas células secretan un grupo de proteínas solubles,
las citoquinas, muchas de las cuales actúan sobre otras poblaciones
celulares implicadas en la defensa del hospedador. Entre las citoquinas
liberadas por los linfocitos T se encuentran: el factor de necrosis tumoral
(FNT) que activa a los neutrófilos y a las células endoteliales,
la interleuquina-5 (IL-5) que activa a los eosinófilos, el interferón-gamma,
que activa a los monocitos y la interleuquina-2 (IL-2), que autoestimula
a los T y activa a los linfocitos B estimulando su proliferación,
y la interleuquina 6 (IL-6) que provoca la diferenciación de las
células B a plasmáticas que sintetizan los anticuerpos específicos
frente al antígeno presentado.
Los superantígenos son moléculas bifuncionales que interactúan
con al menos dos receptores expresados sobre diferentes células
[Chatila & Gena, Curr. Opin. Immunol., 4: 74-78 (1992)].
El receptor para los superantígenos en los linfocitos T, se encuentra
en el mismo receptor con el que el linfocito interacciona con un antígeno
convencional (RCT). Las moléculas del complejo principal de histocompatibilidad
de tipo II (CPH-II) que se expresan primariamente en CPAs también
son empleadas como receptores por los superantígenos. La unión
del superantígeno a estos receptores ?dispara? una serie de procesos
que conducen a la activación celular, diferenciación, proliferación,
y a la liberación de citoquinas [Mourad et al., Semin. Immunol.,
5: 47-55 (1993)]. Una característica especial y única
de los superantígenos, a diferencia de los antígenos convencionales,
es que no requieren el procesamiento por una CPA, y además pueden
interaccionar con un elevado número de células T.
Normalmente, los antígenos convencionales son procesados en
pequeños péptidos en el endosoma de la CPA. Estos péptidos
forman complejos con moléculas del complejo principal de histocompatibilidad
tipo II (CPH-II), los cuales son transportados a la superficie celular
de la CPA donde interaccionan con los receptores de los linfocitos T colaboradores
(RCT), que reconocen este complejo, lo que se traduce en la producción
de citoquinas.
En contraste, el superantígeno enlaza directamente al CPH-II
presente en la superficie de la CPA y a una parte del receptor presente
en el linfocito T, independientemente de la especificidad del RCT. De esta
forma, en comparación con los antígenos tradicionales que
pueden interactuar con una célula de cada 10.000-1.000.000 linfocitos
T, los superantígenos son capaces de interactuar con 5-20 de cada
100 células T. La acción final del superantígeno se
traduce en la producción y liberación por parte de los linfocitos,
de niveles excesivamente altos de interleuquina 2 (IL-2), que normalmente
actúa a nivel local, pero que cuando existen grandes cantidades,
puede llegar al torrente circulatorio produciendo una variedad de síntomas
como náuseas, vómitos y fiebre, además de un exceso
en la producción de otras citoquinas, como el factor de necrosis
tumoral alfa, lo que en casos extremos puede provocar un shock.
Quizás el aspecto más interesante de los superantígenos
es su potencial implicación en una cierta variedad de enfermedades
agudas humanas (intoxicaciones alimentarias, síndrome de la muerte
súbita, síndrome del shock tóxico por Staphylococcus
aureus, etc) y enfermedades autoinmunes, por la respuesta inmune aberrante
que se puede producir en respuesta a estas moléculas.
Desde el inicio de los años 90 se ha acrecentado el interés
en los superantígenos debido al hecho de que se comprobó
que la inclusión de un superantígeno producido por Staphylococcus
aureus (SEA) en un ensayo de citotoxicidad por células T alteró
la especificidad citotóxica de estas células. Estas investigaciones
sirvieron para concluir que ciertos superantígenos pueden activar
y dirigir a células T para eliminar células que expresan
moléculas CPH-II [Dohlsten et al., Immunol. Today, 12:
147-150 (1991)]. Este fenómeno se denominó citotoxicidad
celular dependiente de superantígeno (CCDS), e incluye únicamente
a ciertos grupos de linfocitos T (CD4 y CD8). La estructura diana del fenómeno
CCDS son las moléculas del CPH-II [Dohlsten et al., Eur. J. Immunol.,
21: 1229-1233 (1991)]. Por tanto, la destrucción preferencial
de células que tienen en su superficie moléculas del CPH-II
pueden implicar la destrucción de potenciales células presentadoras
de antígeno, lo que implicaría una disminución de
las reacciones inmunes, incluyendo aquellas que están dirigidas
contra el patógeno.
En resumen, ¿qué ventajas puede reportar a los microorganismos
la producción de estas moléculas?. Los superantígenos
proporcionan a las bacterias que los producen una estrategia para contrarrestar
al sistema inmune del hospedador por al menos tres maneras distintas: (a)
la generación de una respuesta inespecífica por parte del
superantígeno dispersa la atención de la que habría
sido una respuesta específica hacía el patógeno productor
del superantígeno; (b) la capacidad del superantígeno para
provocar una sobreproducción de citoquinas puede inducir apoptosis
específica en los linfocitos T que tengan los TCR sobre los que
actúa el superantígeno; (c) la capacidad de inducir el CCDS
podría eliminar células que puedan presentar antígeno,
no permitiendo de este modo la adecuada coestimulación de las células
T.
Esta última estrategia bacteriana ha despertado el interés
de los investigadores para aprovechar este efecto de ciertos superantígenos,
como estrategia terapéutica en el tratamiento de enfermedades autoinmunes
y en la erradicación de tumores que expresan moléculas CPH-II
[Kawamura et al., J. Immunol., 151: 4362-4370 (1993); Kalland
et al., Med. Oncol. Tumor Pharmacother., 10: 37-47 (1991)].
El interés del uso de los superantígenos en el tratamiento
del cáncer se ha visto aumentado por el descubrimiento de que la
especificidad inicial sólo a células que manifiesten moléculas
CPH-II, puede redirigirse por conjugación del superantígeno
a un anticuerpo monoclonal con especificidad para un antígeno tumoral
particular. Así, este conjugado puede estimular a las células
T dirigiéndolas para mediar en la lisis específica del tumor.
Este nuevo enfoque, denominado muerte celular por células T dirigidas
por superantígeno, aunque actualmente plantea ciertos problemas
en su aplicación puede proporcionar una de las líneas de
investigación más interesantes desarrolladas en la inmunoterapia
contra el cáncer.
En resumen, los superantígenos son un grupo fascinante de moléculas
que interesan a científicos de muy diversos campos de la ciencia.
La comprensión de su modo de acción y la relación
estructura-función ayudará a revelar aquellos mecanismos
que son la base de enfermedades que han permanecido desconocidas durante
años, así como los posibles beneficios terapéuticos
que se desprendan de su uso como agentes antitumorales.
Miguel Angel Moriñigo es Profesor Titular de Microbiología