Las condiciones ambientales que se dan sobre
las plantas, no parecen a priori favorables para el desarrollo de
bacterias: se producen grandes oscilaciones de temperatura, hay viento,
exposición a luz solar, la disponibilidad de agua es limitada e
intermitente, entre otros factores; sin embargo, la presencia de bacterias
es una constante sobre la superficie vegetal.
Esto se debe a que el origen y desarrollo evolutivo
de las plantas superiores han ocurrido en un medio ambiente que estuvo
siempre colonizado por bacterias, de donde ha resultado una coevolución
de un amplio rango de asociaciones planta-bacteria. Actualmente, los microorganismos
asociados a plantas pueden ser agrupados de forma genérica en dos
categorías: bacterias epifitas o presentes en el exterior de la
planta (rizosfera o filosfera) y endobacterias o bacterias que están
infectando el interior de los tejido vegetales [McInnes, Plant Disease,
72 (1988)]. La microbiota bacteriana sobre las hojas es predominantemente
aerobia, y está compuesta por las bacterias residentes, además
de las bacterias que son transportadas por el aire y que se depositan transitoriamente.
Esta población transitoria de bacterias suele estar muy influenciada
por las bacterias procedentes de la cubierta vegetal de las plantas cultivadas
y silvestres cercanas [Blakeman, Journal of Applied Microbiology,
70 (1991)]. Entre ellas, destaca la bacteria Pseudomonas syringae,
que está ampliamente distribuida en las superficies foliares, y
que consigue establecerse saprófitamente como parte de la microbiota
epifita de la mayoría de las plantas [Hirano y Upper, Annual
Review of Phytopathology, 21 (1983)]; no obstante esta bacteria
es capaz de atacar a un determinado huésped específico bajo
condiciones apropiadas, comportándose entonces como patógena
y causando enfermedad.
Así, estas bacterias fitopatógenas
están en competencia sobre las superficies vegetales con otros microorganismos
patógenos y saprofitos, implicando complejas interacciones en términos
de producción de sideróforos, producción de antibióticos
y bacteriocinas, competencia por los nutrientes, etc. Todos estos factores
son importantes para determinar la posibilidad de inducción de la
enfermedad, ya que afectan a la distribución, colonización
y actividad de la bacteria patógena en los sitios de entrada a la
planta. El primer organismo que llega a la hoja ocupará los sitios
más favorables y podrá evitar la presencia de otras bacterias
en ese mismo lugar. Así, la supervivencia, y no la capacidad de
crecer sobre las hojas, puede ser un factor importante que determina la
especificidad de la población bacteriana sobre plantas en ausencia
de competencia [O'Brien y Lindow, Phytopathology, 79 (1989)].
Algunos autores consideran a los nutrientes como
el factor principal implicado en la presencia de las bacterias sobre las
superficies vegetales, y que la lluvia y la temperatura son tan sólo
parámetros secundarios [Beattie y Lindow, Applied and Environmental
Microbiology, 60 (1994)]. Los nutrientes para el crecimiento
de las bacterias sobre las superficies vegetales son generados de manera
habitual dentro de la hoja en forma de exudados que difunden o son excretados
a la superficie. Algunos exudados atraen quimiotácticamente a las
bacterias, sin que aparentemente sean un factor determinante en la patogenicidad.
Estos exudados contienen una gran variedad de materiales orgánicos
que incluyen azúcares simples, aminoácidos, ácidos
orgánicos, elementos traza, vitaminas y hormonas de crecimiento
de la planta, que pueden ser empleados más o menos eficientemente
como sustratos por las distintas bacterias.
En cuanto al agua, los microorganismos epifitos
foliares dependen de la lluvia, el rocío o las altas relaciones
hídricas debidas al aporte de agua de lluvia; bajo las condiciones
climáticas habituales, el agua solo está disponible en la
hoja de manera intermitente y sin agua, las células bacterianas
mueren rápidamente. El efecto de la lluvia, mediante el lavado o
las salpicaduras es de redistribución de las bacterias de unas plantas
a otras, y de unas partes de la planta a otras; además de facilitar
el paso de microorganismos desde el suelo a las partes bajas de la planta
[Hattermann y Ries, Plant Disease, 73 (1989)]. Por otra parte,
la radiación ultravioleta de onda corta procedente de la luz solar
daña las células bacterianas, y las hojas expuestas a la
luz solar pueden alcanzar altas temperaturas, lo que tendría efectos
adversos en la supervivencia de la bacteria. Generalmente las bacterias
no adaptadas a este hábitat no persisten mucho tiempo, debido a
que mueren por desecación o por efecto de la radiación solar.
Esto origina una marcada variabilidad espacial en las poblaciones epifitas,
así como una amplia variabilidad temporal, variando el tamaño
de la población bacteriana con ciclos diarios y estacionales.
Por último, la estructura y morfología de la hoja también
ofrecen diversas posibilidades a la colonización bacteriana. La
presencia de bacterias no está restringida a las superficies externas
de las hojas, así las cámaras subestomales proporcionan un
hábitat ideal y protegido que hace posible que la bacteria sobreviva
a condiciones adversas durante periodos calurosos y secos, y que a la vez
se convierte en un punto de entrada frecuente para el inicio del ataque
por bacterias patógenas. Por otra parte, la cantidad de bacterias
sobre las distintas hojas de un mismo árbol es variable en función
de diversos factores; así por ejemplo, en árboles grandes
existe una mayor variabilidad de la población bacteriana sobre cada
hoja, lo que sugirie que esto podría ser debido a la gran sombra
dentro de la cubierta que ofrece distintos grados de protección
frente a temperaturas extremas y radiación ultravioleta, a la vez
que reduce el impacto de la lluvia que provocaría el lavado de las
bacterias de la superficie. Una cubierta densa provee también de
diferentes rangos de humedad relativa, evitando el secado rápido
de las gotas de lluvia o rocío y extendiendo así el periodo
de crecimiento epifito. Del mismo modo, distintas plantas soportan niveles
diferentes de poblaciones bacterianas epifitas [Marshall, Phytopathology,
78 (1988)]; así, las bacterias parecen sobrevivir mejor sobre
plantas con hojas anchas (como la judía y la patata) en lugar de
sobre plantas con hojas alargadas y finas, como las de maíz y avena.
Por tanto, la presencia de los diferentes tipos de bacterias que componen
la microbiota epifita sobre las plantas está garantizada debido
al enorme número de microhábitats que pueden ser colonizados
por las bacterias, en lo que supone una sucesión de colonizaciones
de los distintos nichos potenciales, que permite la presencia bacteriana
en todo momento, independientemente de las condiciones ambientales.
Francisco Manuel Cazorla López es becario postdoctoral en
el Departamento de Microbiología de la Universidad de Málaga