La aplicación de algunos principios aerodinámicos básicos permite generar aún más información sobre la capacidad y estilo de vuelo de Argentavis. Así, dado que las aves son más pesadas que el aire en el que se mueven, debe existir una fuerza vertical de ascenso que se contraponga al peso del animal. En aerodinámica esta fuerza se conoce como empuje y depende de la superficie y de la velocidad de desplazamiento; expresado en otros términos, el ala del ave debe alcanzar una velocidad mínima que genere dicho empuje y le permita volar. La ecuación relevante es la siguiente:
donde P/S, el peso dividido por la superficie del ala, se conoce como carga alar; la constante depende de la forma del ala, en planta y en sección transversal, tomando un valor en torno a 0,9 kg/m3 en las alas bien diseñadas. La carga alar de Argentavis se ha estimado en 114 Pascales y, por lo tanto, la velocidad mínima de despegue sería de unos 11,2 m/s; en otras palabras, las alas debían alcanzar una velocidad de 40 km/h para que el vuelo fuese factible. Ahora bien, como la velocidad que cuenta es la relativa a la masa de aire en la que se desplaza el animal, esta velocidad mínima se podría conseguir más fácilmente corriendo contra el viento, como hacen muchas aves modernas.
Pese a que el despegue desde tierra fuese posible en condiciones ventosas, quedan aún otros problemas que solucionar para un ave de dimensiones tan notorias. Así, es bien sabido que el vuelo batido es sumamente costoso en términos energéticos para aquellas aves cuya masa corporal se sitúa por encima de los 12 kg, por lo que les resulta mucho más económico realizar vuelos de planeo aprovechando las corrientes de aire ascendente. Las aves continentales pueden ganar altura utilizando el viento que se desvía hacia arriba al chocar contra una pendiente abrupta o las columnas ascendentes de aire caliente; dado que durante el Mioceno no habría relieves orogénicos importantes en la región pampeana, hemos de asumir entonces que Argentavis ascendía aprovechando las corrientes térmicas. Con vientos fuertes soplando continuamente desde el oeste, conforme el ave ascendía se iría desplazando hacia el este, lo que plantea entonces el problema de qué ocurriría cuando debiese volar hacia el oeste. Planear contra el viento implica hacerlo más velozmente que el aire y con un ángulo de ataque pronunciado, lo que conlleva una pérdida rápida de altura. Las aves planeadoras marinas pueden volar así porque tienen una carga alar alta (es decir, tienen alas pequeñas para su tamaño); no es este el caso en las terrestres, como los cóndores, que presentan una carga alar relativamente reducida, lo que resulta importante en su estilo habitual de locomoción aérea: volar a baja velocidad en círculos relativamente pequeños para mantenerse dentro de las térmicas o maniobrar cerca de las montañas. Argentavis tenía una carga alar ligeramente mayor que la de un cóndor, lo que le permitiría volar algo mejor contra el viento, pero que resultaba muy baja en relación a su tamaño, por lo que no se encontraría bien capacitada para enfrentar vientos fuertes; empero, la situación mejoraría al comer en tierra, pues el ave aumentaría su carga alar en cierta medida, lo que le dificultaría el despegue, pero le facilitaría el avance contra el viento. Si se rehace el cálculo de la velocidad mínima, suponiendo que el ave ingiere un equivalente al 10% de su propia masa corporal (esto es, 8 kg), se aprecia entonces que la velocidad mínima de despegue se incrementa en apenas 2 km/h (es decir, tan sólo un 5%), lo que le reportaría más beneficios para avanzar contra el viento que perjuicios para despegar o volar en círculos.
El tamaño del territorio
(T, en Km2) que defendería Argentavis se
puede estimar utilizando datos procedentes de rapaces modernas, que permiten
relacionar la superficie de terreno prospectada diariamente en busca de
presas con el tamaño corporal del ave (M, en g) mediante
una ecuación alométrica (T = 0,075M0,787), con
la que se infieren unas dimensiones de 540 km2. Las grandes
águilas planean a una altura característica de 60-120 m,
manteniendo una velocidad de crucero en torno a los 30-50 km/h, lo que
les permite cubrir una banda lateral de superficie prospectada a ambos
lados de hasta 250 m; tal estimación implica que Argentavis
debería efectuar cuatro pasadas para ìescanearî cada
km2 de su territorio, lo que conllevaría la necesidad
de recorrer diariamente una distancia lineal de aproximadamente 2.160 km.
La velocidad de planeo se relaciona también con las dimensiones
del ave, por lo que sería ciertamente mayor en Argentavis,
llegando a alcanzar los 70 km/h. Ello implica que en 12 horas, período
máximo de vuelo diario observado en rapaces, podría recorrer
unos 840 km, y entonces necesitaría casi tres días para prospectar
la totalidad de su territorio. Tales estimaciones permiten, pues, descartar
que Argentavis fuese un ave de presa, cazadora activa como las águilas,
sugiriendo entonces que se trataba de un gran buitre. Así, según
lo observado en buitres modernos, estas aves recorren superficies que son
entre dos y tres veces menores que las prospectadas por las águilas,
pues la carroña es un recurso más abundante y, sobre todo,
de más fácil acceso que las proteínas encerradas en
el interior de las presas vivas; por otra parte, la altura de vuelo es
mayor en los buitres, que planean normalmente a 100-200 m e incluso a más
de un kilómetro en algunas especies. La razón estriba en
que a la hora de localizar los cadáveres de los animales, los buitres
se guían por el movimiento de otras aves menores, como los córvidos,
lo que en definitiva redunda en que pueden prospectar una franja horizontal
de terreno mucho mayor que las águilas. Por otra parte, las necesidades
alimentarias de Argentavis serían sumamente elevadas. Así,
a partir de diversos datos sobre la ingestión diaria de carne en
rapaces mantenidas en cautividad, se ha comprobado que dichos requerimientos
(R, en g) se relacionan con el tamaño de las aves según
una ecuación también alométrica (R = 0,698M0,721),
lo que permite estimar en casi dos quilos y medio el consumo de Argentavis;
tal estimación se refiere al metabolismo basal que representa entre
la mitad y la cuarta parte de las necesidades energéticas en condiciones
de actividad. Por ello, los requerimientos de estas aves se incrementarían
hasta un total de 5 a 10 kg diarios de carne y bastante más aún
durante la estación reproductiva.
Finalmente, la dinámica reproductiva inferida para Argentavis resulta también harto singular. Así, teniendo en cuenta la relación alométrica descrita por los principales parámetros del ciclo reproductivo y la masa corporal en rapaces modernas, el tamaño de puesta anual que corresponde a una pareja de estas grandes aves es de 0,78 huevos, lo que indica que criarían un pollo cada dos años; el huevo pesaría 1.052 gramos y sería incubado durante 64 días, permaneciendo el pollo en el nido durante 230 días y alrededor de 190 más en sus inmediaciones. Por otra parte, la mortalidad calculada para estas aves es muy baja, en torno a sólo un 1,9% anual. Tales estimaciones, unidas a las presentadas anteriormente en relación al tamaño del territorio y los requerimientos alimenticios, indican claramente que se trataría de una población con efectivos bastante reducidos, cuya tasa de renovación temporal sería sumamente lenta. Desde esta perspectiva, la evolución de un ave rapaz de tal porte habría sido un acontecimiento ciertamente único, posibilitado por las excepcionales condiciones ecológicas reinantes en la región pampeana a finales del Mioceno.
Sergio F. Vizcaíno es investigador del CONICET, Depto. Paleontología de Vertebrados, Museo de la Plata, Argentina.
Paul Palmquist es Profesor Titular de Paleontología en la Universidad de Málaga
Richar A. Fariña es Profesor Adjunto de Paleontología, Depto. Paleontología, Universidad de la República, Montevideo (Uruguay)