Sobre partos, lunas y enseñanza de las ciencias

Ramón Muñoz-Chápuli

Probablemente todos ustedes lo han oído en alguna ocasión: La probabilidad de que se inicie un parto aumenta durante los "cambios de la luna". Esta afirmación suele venir adobada con casos y anécdotas particulares. Por ejemplo, comadronas que atribuyen al "cambio de luna" el número excesivo de alumbramientos que deben atender durante su turno. O gestantes primerizas que acuden a las maternidades al creer que el parto ha comenzado y son reenviadas a sus domicilios con la vaga indicación de que esperen a que la luna cambie. Esta relación entre la fertilidad femenina y las fases lunares data de tiempos ancestrales, y sin duda tiene su origen en la coincidencia aproximada entre el periodo de revolución lunar alrededor de la tierra (casi 29 días) y el ciclo ovulatorio de la mujer, que con mayor o menor regularidad oscila alrededor de esa cifra.

La relación entre partos y lunas se da casi por establecida en el saber popular, pero no es infrecuente encontrar a personas con una supuesta formación científica que también creen sin fisuras en la existencia de tal relación. El que esto suscribe, cuando iba a ser padre por primera vez, sostuvo una dura controversia con un conocido ginecólogo malagueño que afirmaba que la fecha del parto dependería de las fases de la luna "como sabe todo el mundo". De nada sirvió alegar que no existe ninguna relación conocida entre ambos acontecimientos. Aquel ginecólogo siguió convencido, de la misma forma que lo están otros profesionales de la sanidad y de muchos otros ámbitos.

Todo esto nos lleva hoy a plantear una reflexión acerca de cómo el conocimiento científico se genera y cómo se distribuye en nuestra sociedad actual, presuntamente avanzada y por encima de supersticiones y supercherías.

Comencemos por conceder a la afirmación "la frecuencia de alumbramientos aumenta en determinadas fases de la luna" la categoría de hipótesis de trabajo. ¿Cómo ponerla a prueba? Nada más fácil. Basta con establecer una correlación entre una serie temporal (el número de partos) con el día del ciclo lunar. Hoy en día disponemos de una herramienta poderosísima, que nos permite acceder a los datos más insospechados y nos convierte a todos en investigadores potenciales. Nos referimos, por supuesto, a Internet. No fue difícil localizar, para nuestro experimento, estadísticas diarias de nacimientos a lo largo de siete meses en dos hospitales estadounidenses, Exeter y York (New Hampshire). Si alguien quiere comprobar los datos, o incluso ampliarlos, puede hacerlo a través de la página Web del Foster’s Daily Democrat, una revista electrónica acerca de lo que sucede en aquel estado (www.fosters.com). Anotando el número de nacimientos diarios (en el periodo marzo-septiembre del 2000) y acumulando los datos por día del ciclo lunar (tomando la luna nueva como día 0), se obtiene el gráfico que acompaña estas líneas, basado en un total de 492 partos.

Como se puede comprobar, no hay ninguna correlación significativa entre los momentos álgidos del ciclo lunar (novilunio, plenilunio) y la frecuencia de partos. Sí que podemos detectar "dientes de sierra", fluctuaciones irregulares que debemos atribuir al tamaño de la muestra.

Como es lógico, no era objetivo de este artículo demostrar la inexistencia de una relación entre dos fenómenos de la Naturaleza, sino plantear una reflexión desde el punto de vista, si se me permite, de la epistemología, es decir, del método científico. Supongamos por un momento que hubiéramos obtenido más datos sobre partos y lunas, los hubiéramos organizado mejor, con sus correspondientes análisis estadísticos, y hubiéramos redactado un vibrante y concluyente manuscrito demostrando que la luna no influye en la frecuencia de los partos. Es seguro que no hubiéramos tenido demasiado éxito a la hora de publicarlo en una revista científica. El editor de cualquier revista seria y de prestigio nos hubiera devuelto el manuscrito con una amable carta de rechazo y, probablemente, una no menos amable sugerencia para una cura de descanso. Es decir, después de plantearnos un estudio rigurosamente científico, con métodos impecables, honradamente destinado a acabar con una superchería, el sistema de la ciencia nos hubiera tratado como si nos hubiéramos propuesto demostrar a estas alturas la redondez de la Tierra.

¿Dónde está el fallo? Evidentemente, en nuestro planteamiento. No existía ningún motivo de partida para justificar la investigación. Los ciclos lunares influyen en fenómenos naturales, concretamente en el periodo en que se producen las mareas vivas, pero esto ya está explicado, desde Newton, por la constatación de que existe una fuerza de gravedad. No existe el menor motivo para relacionar la atracción gravitatoria de la luna con procesos biológicos, tales como la variación de los niveles hormonales en sangre. Ya que estamos con esto, pongamos otro ejemplo. Es bien conocido que la concentración de determinadas hormonas en la sangre, la melatonina por ejemplo, tiene un periodo de 24 horas, lo que se denomina un ritmo circadiano. Es decir, existe una correlación entre la posición aparente del sol en el firmamento y el nivel de melatonina en sangre. Pero hoy sabemos que no es la posición del sol, sino los ciclos de luz y oscuridad, de día y noche, los que ajustan el "reloj biológico" de los organismos, como podemos demostrar experimentalmente manteniendo animales bajo periodos controlados de iluminación.

La explicación de los fenómenos naturales debe hacerse en el marco de una teoría previa, y es esa teoría la que establece qué factores son relevantes y cuáles no. A la hora de realizar un experimento fisiológicao, el investigador anotará cuidadosamente en su cuaderno de laboratorio la temperatura a la que se produce, pero no la dirección del viento, el número de sus zapatos o lo que ha desayunado esa mañana. La teoría previa le enseña que la temperatura es relevante, ya que mide el grado de agitación de las moléculas e influye en la velocidad de la reacción. Esa misma teoría previa no sólo le permite, sino que le obliga a descartar los otros factores citados, por irrelevantes.

La teoría previa nos dice que recibimos del sol y de la luna, básicamente luz y atracción gravitatoria. Ya hemos visto que la luz influye en determinados fenómenos naturales, y la gravitación en otros. Y mientras no nos tropecemos con fenómenos inexplicables, motivos fundados para pensar en cualquier otra influencia, estamos metodológicamente obligados a no hacerlo.

Y con esto llegamos al terreno de la educación, de la enseñanza de las ciencias. Los profesores, especialmente en los niveles de la Enseñanza Secundaria, están señalando últimamente las deficiencias en la formación científica de los alumnos ¿Qué reflexión podríamos sacar de nuestro ejemplo acerca de los partos y las lunas? Podría parecer que la conclusión es que debemos enseñar, por ejemplo, que el movimiento de la luna influye en el ciclo de las mareas y no influye en la frecuencia de los partos. Pero no es esto. No podemos enseñar todo lo que no es relevante, ni siquiera lo que lo es. Lo importante, posiblemene, es ser capaces de proporcionar una comprensión global del funcionamiento del universo, una visión de la Naturaleza basada exclusivamente en materia, fuerzas físicas y relaciones causa-efecto. En este contexto, debemos explicar los fenómenos a partir de lo que conocemos, aplicando a rajatabla la "Navaja de Ockham", el principio de parsimonia: "No deben multiplicarse los entes sin necesidad". Es decir, no debemos introducir en la explicación de los fenómenos elementos que no sean relevantes, de acuerdo con lo que conocemos. En algún momento tropezaremos con un desajuste, con algo inexplicable y sólo entonces el investigador deberá recurrir, para resolver la anomalía, a nuevos entes, nuevos conceptos, objetos o relaciones entre ellos. Así ha ocurrido reiteradamente en la historia de la Ciencia, cuando se abandonaron ideas como las del calórico o el vitalismo.

Puede decirse que se trata de una visión de la naturaleza profundamente materialista y es cierto. Pero no es en absoluto incompatible con un desarrollo humano en los planos estético y ético. Y al mismo tiempo, nos ayudaría a terminar con la legión de astrólogos, echadores de cartas, vendedores de energía positiva, telépatas y futurólogos que viven de la buena fe de tanta gente.

Ramón Muñoz-Chápuli es Catedrático de Biología Animal en la Universidad de Málaga