FORO PARA LA PAZ EN EL MEDITERRÁNEO

Equipo Rojo: Pensando como los terroristas

Por Jesús M. Pérez.

Equipo Rojo. 29.07.2017
Richard Marcinko fue el primer comandante del SEAL Team 6, creada como unidad especial antiterrorista por la armada estadounidense. Por aquel entonces sólo existían dos equipos SEAL, uno en cada costa del territorio continental de Estados Unidos, pero se creó el equipo 6 para despistar a los soviéticos. Algo así como el Special Air Service recibió su nombre durante la Segunda Guerra Mundial para hacer creer que los británicos contaban con una fuerza paracaidista en el Norte de África. Más tarde el SEAL Team 6 cambiaría de nombre para pasar a conocerse como el Naval Special Warfare Development Group (DEVGRU) y fue la unidad elegida para asaltar la casa donde vivía escondido Osama Bin Laden. Pero eso, como ustedes saben, es otra historia.

Cuando Marcinko dejó el SEAL Team 6 en 1984, se le puso al frente de un equipo que debía probar la seguridad de las bases navales estadounidenses. Siendo los tiempos de la Guerra Fría y siendo el “bando rojo” el enemigo en los ejercicios militares, la nueva unidad de Marcinko fue bautizada Célula Roja. Marcinko y los trece miembros restantes de su equipo se dedicaron a colarse en bases navales saltando, demostrando lo fácil que era entrar en edificios o llegar a submarinos nucleares. Llegaron a secuestrar almirantes y montar líos muy gordos.

Al final, Marcinko fue empapelado por apropiación de fondos. Podemos pensar que Marcinko ganó demasiados enemigos con sus métodos poco ortodoxos y por dejar con el culo al aire a altos mandos. O podemos pensar que dada la naturaleza de la Célula Roja, con tanto grado de autonomía y tanto viaje de acá para allá, Marcinko y los suyos terminaron manejando el presupuesto de forma poco honesta para el contribuyente.

Desde aquel entonces el concepto de un equipo de trabajo dedicado a ponerse en el papel de los malos se popularizó y el concepto de “Red Team” (Equipo Rojo) se expandió a ámbitos alejados de la vida militar, como por ejemplo la seguridad informática. Después del 11-S, el recién creado Departamento de Seguridad Nacional (el equivalente al Ministerio del Interior estadounidense) creó grupos dedicados a plantear escenarios desde el punto de vista de los terroristas. Contactó con personas como el escritor Brad Meltzer, que contó su experiencia. Dedicado con otros profesionales de distintas ramas a pensar en formas de hacer daño, en su relato de la experiencia Meltzer llamó la atención sobre lo frágil que es la vida en las grandes ciudades desarrolladas.

Creo que hemos tenido suerte hasta ahora porque podemos imaginar atentados terroristas en Europa de mucho más impacto simplemente usando de forma diferente los mismos recursos empleados hasta ahora. Lo primero que tenemos que hacer es reducir el terrorismo a su mínima esencia, que es el provocar terror en la mayor cantidad posible de personas de una comunidad para que las autoridades se van obligadas a cambiar sus políticas. Así que el atentado óptimo es aquel que genera más miedo e incertidumbre de forma personal e intensa. Por ejemplo, imaginen que las mochila-bombas que estallaron en cuatro líneas de trenes de Cercanías en Madrid el 11-M hubieran estallado en espacios y transportes públicos de cuatro ciudades españolas a lo largo de media hora en intervalos de minutos. Imaginen a toda España pendiente de las noticias mientras se van sucediendo los acontecimientos.

La aleatoriedad genera incertidumbre y caos. No es lo mismo que un grupo de turistas españoles tenga un accidente con víctimas mortales en una carretera perdida del Nepal y durante dos días un grupo reducido de familias viva en España con la angustia de tener noticias sobre la identidad de los muertos, que suceda un accidente con muertos en la estación de metro de Ciudad Universitaria de Madrid en hora punta y miles de madrileños estén durante largo rato pendientes del móvil hasta que un familiar, amigo o conocido confirme que esté bien. Esa estación de metro es un cuello de botella para el flujo de estudiantes universitarios de muy diferentes facultades en su trayecto de casa a clase y viceversa.
El estudio de los cuellos de botella en sistemas como una red de transporte permite seleccionar aquellos pocos puntos cuyo bloqueo producen un colapso del sistema entero. A eso se dedica el Análisis de Redes. Pero no hace falta hacer un estudio muy complejo para entender cómo colapsar una red de transporte. Por ejemplo, si estudiamos el transporte público en Madrid encontramos un número limitado de estaciones de tren (Atocha, Chamartín y Príncipe Pío) y estaciones de autobuses (Moncloa, Avenida de América, Méndez Álvaro y Príncipe Pío). Como ven, tenemos un nombre que se repite. Así que hagan el ejercicio mental de repartir las mochilas del 11-M por las seis estaciones e imaginar qué pasaría con la red radial de trenes y autobuses que conecta a Madrid con su área metropolitana y el resto de la Península. El número de fallecidos al final sería irrelevante para los terroristas. El éxito del atentado se mediría en el número de personas que quedaron atrapadas en un vagón o tiradas en un andén angustiadas sin saber qué está pasando porque la red de telefonía móvil está saturada mientras circula de boca en boca la noticia del atentado. Cuántas personas trataron sin éxito de contactar a su seres queridos mientras los medios de comunicación no paran de hablar de la cadena de atentados en Madrid. El atentado sería algo íntimo y personal para todos aquellos que vivieron miedo y incertidumbre en medio del caos.
John Robb teorizó hace más de una década sobre la “Disrupción de Sistemas”, concepto que podemos encontrar en su libro Brave New War. Añadió una consideración interesante. Pensar en este tipo de ataques cuando se hace con el propósito de provocar daño económico. Porque en el ejemplo anterior yo les planteaba imaginar el máximo caos y terror en Madrid con los mismos recursos empleados por los terroristas del 11-M. Pero si los terroristas quisieran hacer daño económico a España atacarían al turismo. Imaginen los acontecimientos del 13 de noviembre de 2015 en la sala de conciertos parisina de Bataclan en un aeropuerto de la Costa Brava o de la Costa del Sol. El resultado inmediato sería que decenas de miles de reservas de touroperadores británicos se desviarían a otros países, de la misma forma que los atentados en la cuenca mediterránea han desviado turistas británicos a Canarias durante la última década. Los efectos profundos serían mucho mayores, claro.

Mi conclusión es que lo que hemos visto ahora, principalmente un apuñalamiento aquí y un atropello allá, no han sido más que picotazos de una amenaza que podría ser muchísimo peor. La verdadera capacidad de hacer daño de los terroristas hasta ahora ha dependido de la capacidad que tenemos nosotros mismos de hacernos daño. Y una idea final. Empiezo a creer que el terrorismo, mientras no logre perjudicar la convivencia en Europa o afecte la economía, no es el problema principal. El problema está en otra parte. Pero mejor hablar en otro momento.

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