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  RIVERO WEBER, Paulina
Nietzsche: verdad e ilusión
México: UNAM-Gerardo Villegas Editor, 2000.

 

RESEÑA

En Nietzsche: Verdad e ilusión la filosofía es el ámbito humano donde se conjunta el pensamiento y la vida. Así a la vez que la autora muestra las concepciones de la verdad deducibles del Nacimiento de la Tragedia -por un lado como ficción y por otro como verdad originaria-, vemos crecer una investigación sobre la posibilidad de una filosofía viva, móvil, actuante, expresiva, asistida además por la imagen, la metáfora y el mito, que es lo que Rivero encuentra en la figura de un Sócrates músico o en lo que llama un filósofo dionisíaco, en contraposición a una filosofía "acartonada, hueca, eruditamente repetitiva, estéril, vieja y caduca" (p. 158). Desde esta manera de entender la filosofía Rivero se centra en las consecuencias éticas y ontológicas del problema de la verdad, es a través de dicho problema que la autora reflexiona sobre este mundo de simulacros y meras imágenes, carente de verdades vinculantes, dominado por el perspectivismo. El conflicto entre instinto y razón, perspectivismo y verdad originaria, ayudan a Rivero a aclarar aquella preocupación. La verdad originaria para Paulina Rivero es experiencia originaria, entendida como una experiencia de placer y dolor intensos, a la vez que un "sentimiento de unidad que nos retrotrae al corazón de la naturaleza" (p. 69). Lo que pide Rivero a la filosofía es lo que ella entiende por verdad originaria. Desde la perspectiva de Rivero nos encontramos con un momento no de un saber intelectual, sino de 'transfiguración básica de uno mismo'. Al salir de esa experiencia, el mundo ha cambiado. Esa disolución de la permanencia y de la continuidad es para Paulina Rivero y el propio Nietzsche, la nota fundamental de la verdad dionisíaca. Por eso explica que el meollo de la tragedia es el coro trágico que tiene por función ser "un muro viviente" que preserva no del mundo real, sino del mundo cotidiano, "para cuidar la más profunda y auténtica realidad dionisíaca que ahí acontece" (p. 65) Esa experiencia de disolución de los límites, esa experiencia de salir del coto de la conciencia, esa aparición de mundo capaz de poner en suspenso nuestro saber previo, nuestra vida cotidiana y lo que pensábamos de nosotros mismos, es lo que nos da la posibilidad a la par de ver, sentir, escuchar de otra manera, y en esa medida de manera total, como seres humanos completos. Para Rivero, esa es la experiencia e idea de la verdad que puede comparecer ante el implacable juez Dioniso, cuyo criterio de verdad, no es que ésta sea comprobable o verificable, sino "si nos retiene en la vida, engrandece o revitaliza, o deprime y quita vigor" (p. 72) Para Paulina Rivero se trata de una filosofía que tiene que invertir justamente su idea tanto de objetividad como de verdad: "A la verdadera objetividad -señala Rivero- se llega entonces por medio de las experiencias más fundamentales de fusión con la vida, y no por medio de la ciencia ni del conocimiento racional. En el éxtasis dionisíaco la naturaleza nos compele a ser como ella" (p. 99). Paulina Rivero inconforme con un mundo que se alimenta de simulacros y de apariencias, nos propone a través de la filosofía romper con la lógica de la ficción. Pues, "las consecuencias filosóficas en general, y éticas en particular, que se siguen de la lectura ficcionalista de Nietzsche son neutralizantes. Desde esta óptica daría lo mismo hacer filosofía que lucrar con la mentira, cualquier acto es igualmente válido o inválido, todo es ilusión" (p. 87). Para Rivero una cosa es esa ilusión de la que nos habla Nietzsche en la que ocurre justamente un juego entre Dioniso y Apolo, una ilusión nacida de una necesidad de expresión y simbolización, nacida del horror y placer supremos, y por eso, imagen redentora, y otra la que es mera imagen y apariencia. Un ser humano atravesado por el poder desestructurante de Dioniso, está en condiciones de crear, tiene necesidad del orden y de la forma, tiene necesidad de utilizar todos los medios a su alcance para dar sentido y forma a este mundo que como dice Nietzsche 'se ha salido de su quicio'. Por ello para P. Rivero, Dioniso es desestructurante pero también estructurante, destructor pero también creador. En Nietzsche: Verdad e ilusión la oposición razón e instinto es falsa, de ahí la confianza de la autora al expresar "atrévete a guiarte por tus propios instintos, porque ellos en ti no son mero caos y destrucción: son creativos, mesurados, ordenados: son ya humanos" (p. 102) Rivero nos propone que los instintos son poder de espiritualización, que los instintos son posibilidad de elevación, y en contrapartida, la elevación sin ese descenso al cuerpo, se traduce inmediatamente o a la larga en decadencia. Pero además, de no existir ese contacto con los instintos perdemos la necesidad de expresión, del límite y la forma. Y el problema es el no tener necesidad por no atreverse a la experiencia dionisíaca. Por ello Rivero nos dice: "Es necesario atreverse a la verdad, arriesgarse a enfrentar ese mundo obscuro de los instintos dionisíacos" (p. 102), porque esos ya son orden, forma y medida. Para Rivero, la filosofía parece tener esa entraña, la de ser una necesidad, para luego ser expresión, luego, un destino, algo que seguimos "sin poder evitarlo", y cuando lo olvidamos dejamos nuestras entrañas, apostamos entonces por una verdad como concordancia. Lucramos entonces sí con la mentira. De Nietzsche: Verdad e ilusión llama la atención, la manera en que Rivero acerca los conceptos a nuestra vida cotidiana, sin perder profundidad, dejándonos ver, por el contrario, los alcances y lo fructífero de su comprensión. Doy como ejemplo un fragmento: "En el éxtasis no podemos medirnos con medidas humanas, nos fundimos con la totalidad y nuestra medida -si la hay- es la de la totalidad, ante la cual no hay nada qué hacer. Y por eso, tan pronto como lo cotidiano vuelve a penetrar en la conciencia, acaba el éxtasis y la vida es sentida como náusea" y añade: "es el instante en que el individuo puede perder la posibilidad de crear, donar, dar algún sentido a la vida, y afirmar la única parte de la sabiduría de Sileno que está a su alcance: lo mejor es morir pronto" (p. 50-60). La evidencia de esta afirmación De Rivero proviene de ese manejo de los contrarios que incluso la lleva a hacer inversiones de la historia de la filosofía, como cuando escribe: "Sócrates considera que para él una vida sin examen no merece ser vivida", a lo cual la autora contesta: "¡Sócrates! ¿no vale la pena vivir para vivir?". Con ese mismo estilo filosófico encontramos el giro que hace del dictum kantiano ¡Sapere aude!: "el atrevimiento y la actividad -dice Rivero- que demanda la verdad dionisíaca no implica el "atrévete a guiarte por tu propia razón", propio del gran venerador de la razón que fue Kant" sino "atrévete a guiarte por tus propios instintos" (p. 102) Por otro lado, el hecho de que Rivero utilice una formulación zaratustriana para acercarnos a lo dionisíaco, - "profundo es su dolor, pero más profunda es su alegría", -es porque efectivamente el Zaratustra es la comprobación, la continuación y la testificación de lo que Nietzsche vislumbró en el Nacimiento de la tragedia. Y por lo tanto, es cuestionable como piensa Rivero, el propio G. Colli y E. Fink que Nietzsche en el Nacimiento descubrió algo, que después haya abandonado u olvidado. Hay otro aspecto del cual difiero del texto de Rivero y es el hecho de hacer coincidir la figura de la bestia rubia con el "mismísimo superhombre" (p. 154). Si el pasaje sobre la bestia rubia en el parágrafo 11 de la Genealogía sirve a Nietzsche para algo, es para demostrar el ser inocuo, pusilánime, debilitado, que hoy a los ojos es el hombre moderno, en contraposición a la bestia rubia, propia de las culturas antiguas. Por lo tanto, si aquel hombre debilitado debe tener un modelo, no es la bestia rubia, es Zaratustra y lo que él enseña, el superhombre, el hombre del futuro, "el hombre del gran amor y el gran desprecio", "el hombre redentor", "salvador de dios y de la nada". Para Nietzsche no se trata de desencadenar la crueldad, sino de espiritualizarla. La ética del superhombre tiene que ver justo con una espiritualización de la crueldad, con un darse a sí mismo la propia ley y la forma, no con un desencadenamiento de la crueldad. Y por eso, no creo que en las obras tardías de Nietzsche, pienso en la Genealogía, el Crepúsculo de los ídolos, "de igual desencadenar las bestias más salvajes de la naturaleza, que hacer arte o filosofía" (p. 155) como piensa Rivero. Más bien, en las obras del último período, Nietzsche estaba preocupado por la posibilidad de una moral del ascenso, por la posibilidad del advenimiento de los creadores de valores que conduzcan al ascenso. Por todo lo anterior creo que en términos estrictos si dé lo mismo hacer filosofía, arte o matar es una preocupación ética de Rivero y, por esa razón el problema de la ética tiene que ver con la verdad.

Rebeca Maldonado