Tomás luis de Victoria

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El magnífico libro de Allan W. Atlas «La música del Renacimiento», apenas menciona la música española. Pero en el breve fragmento que reproducimos aquí (páginas 686 y 688) se habla de Victoria en términos muy elogiosos.

Victoria

Nacido en Ávila, la ciudad de santa Teresa, en 1548, Victoria pasó unos veinte años en Roma desde mediados de la década de los 60. A su regreso a España le fue otrogado el puesto de capellán de la hermana de Felipe II, la emperatriz María (viuda del emperador Maximiliano II), que se había retirado al lujoso convento de las Descalzas Reales de Santa Clara (Madrid) en 1581. Allí la sirvió —como capellán privado y como maestro de capilla— desde 1587 hasta su muerte en 1603. Permaneció como organista en el convento hasta agosto de 1611, fecha de su fallecimiento.

Victoria es quizás el compositor contrarreformista por excelencia. A diferencia de Palestrina, nunca tuvo que pedir perdón por las indiscreciones compositivas de sus primeros años: no compuso música profana en absoluto.

Dos motetes

Las dos obras de Victoria que se interpretan con mayor frecuencia son, sin duda alguna, los motetes O magnum mysterium y O vos omnes.

Los dos motetes poseen el tono oscuro que impregna muchas de las obras más conocidas de Victoria, y que éste consigue utilizando medios convencionales: un movimiento de la música por semitonos, especialmente con relaciones «napolitanas» —tanto melódicas como armónicas—, y retardos, que tienden a acumularse y a resolver a su antojo. No obstante, a veces Victoria da un paso más, como cuando subraya el último enunciado de «sicut dolor meus» al final de O vos omnes con el giro cromático de dos acordes perfectos menores sucesivos, de fa sostenido (en primera inversión) a sol (c. 66). Por un momento, parece como si Victoria oyese el mundo tal y como El Greco lo veía.

[Nota: En la versión transportada, los acordes mencionados son do sostenido y re.]

El Officium Defunctorum

Si los dos motetes que acabamos de citar son las composiciones más conocidas de Victoria, su Officium Defunctorum es su obra mayor. Publicada en 1605, fue compuesta para conmemorar la muerte de la emperatriz María en 1603. Además de utilizar los cantos de la misa de Réquiem, ahora ya establecida por el Concilio de Trento y el Misal de Pío V de 1570, Victoria añadió tres piezas: un motete [Versa est in luctum], una súplica de absolución («Libera me») que se canta después de la misa, y una de las lecciones del Libro de Job que se recitan en los maitines del oficio de difuntos [Taedet animam meam].

El n.º 87 de la Antología muestra dos movimientos de la obra: El Agnus Dei y el motete extra-litúrgico, Versa est in luctum. Como era habitual en la misa de réquiem, el Agnus Dei está basado en el canto gregoriano correspondiente, que aparece, después de la entonación monódica inicial, en la voz inmediatamente inferior a la voz aguda. El Agnus II entero es cantado como canto llano.

Versa est in luctum es totalmente diferente. Toma su texto de dos pasajes del Libro de Job (30:31 y 7:16), y no hay ninguna melodía gregoriano en él. Lo que sí hay es patetismo, intensidad, a lo largo de un arco dividido en tres partes que Victoria controla de manera asombrosa: desde la imitación callada, casi misteriosa, por pares de voces del comienzo, pasando por la agonía de «nihil enim sunt dies mei» (pues mis días no son nada), con su mi'' [agudo] y su acumulación de retardos, hasta la sensación de aceptación tranquila al final. Es una de las obras más sobrecogedoras tanto del siglo XVI como de los siglos posteriores.

Allan W. Atlas