FORO PARA LA PAZ EN EL MEDITERRÁNEO

Me duele el nombre de España, Rafael Vidal

NOTA DE LA REDACCIÓN: Esta columna está escrita desde hace más de diez años, pero su contenido y reflexiones son de total actualidad.

En los últimos meses han relucido en las declaraciones del algunos políticos y en los medios, la expresión de las dos Españas, llenando de inquietud al recordar que precisamente el enfrentamiento de los que pensaban de una forma y otra trajeron sangre y desgracia a los españoles, la última hace menos de setenta años y cuyas secuelas aún sufrimos.

Queremos pensar y lo expreso como deseo ilusorio de la colectividad nacional, que las rencillas del pasado ya se han cerrado, sin embargo desde que se inició la era democrática constantemente se resaltan las diferencias y no lo que une a los españoles, siendo al apóstol de lo último, casi como una voz que clama en el desierto, S.M. el Rey (q.D.g.). Se hace ver el hecho diferencial del hacer de España en las ideologías políticas predominantes: PSOE y PP, de tal forma que sentimos que no nos encontramos en una continua progresión, sino en un avance a modo de bandazos. Las Comunidades Autónomas resaltan sus diferencias incluso eluden el nombre de España y emplean la diluyente palabra del “Estado”, de tal forma que una persona, hace escasos días, me indicaba: “Desengáñate, la España que tú y yo vivimos, ya no existe”.

¿Es nueva esta forma de pensar y entender España?. Para analizar los problemas existenciales de España de los últimos decenios he recurrido a los pensadores de nuestra “edad de plata”, en la primera mitad del siglo XX, y al plantear la cuestión que hoy nos ocupa consulté “Los españoles en la historia”, de Ramón Menéndez Pidal, con un ensayo introductoria de Diego Catalán. Pidal va desmontando por antihistóricas todas las afirmaciones en las que asientan los nacionalistas sus planteamientos, recogiendo, por ejemplo, una cita de las “Crónicas” de Jaime I el Conquistador, escritas por él mismo, en la que reconoce su obligación de ayudar a Alfonso X, por el bien común de España, de la ellos formaban parte: “que nos haiam tan bon preu e tan gran honor que per nos sia salvada Espanya”. Don Ramón reconoce que las fuerzas centrífugas se acentúan en el siglo XIX como algo que surge ante “la debilitación moral y material en que el país se ve sumido” y que “reaparece en cada momento de gran debilidad nacional”, terminando su tesis sobre el federalismo, cantonalismo y nacionalismo, como una enfermedad, cuando las fuerzas de la nación se apocan extremadamente; pues toda enfermedad consiste en el autonomismo de algún órgano que se niega a cooperar al funcionamiento vital unitario del cuerpo”.

Don Ramón al tocar las diferencias linguísticas, argumento argüido por los nacionalistas para mostrar sus diferencias, demuestra que los distintos idiomas hablados en las tierras cristianas no influyeron en la fragmentación de los reinos en la Edad Media, ya que todos los reinos eran cuanto menos bilingües: reino astur-leonés: gallego y castellano; Navarra: vasco y castellano; Castilla: vasco y castellano; y la corona de Aragón: castellano y catalán. Uno de los grandes historiadores catalanes del siglo XIX en un discurso leído en 1881 en el paraninfo de la universidad de Barcelona, decía: “La lengua castellana ha sido para nosotros la de un hermano que se ha sentado a nuestro hogar y con cuyos ensueños hemos mezclado los nuestros,… el vínculo existe y es indisoluble”.

Azorín, otro de nuestros grandes literatos, hoy día casi olvidado, escribió un hermoso libro de relatos titulado: “Sintiendo a España”. Uno de ellos, “La continuidad histórica, narra la consulta al Dr. Nogueras del pintor Gaspar Salcedo, explicándole éste que se siente vacío de España y le cuenta que ha tenido un sueño en el que se encuentra en una sala de operaciones: el cirujano inquiere a su ayudante “¿Qué glándula le parece a usted que le extirpemos? ¿La del patriotismo o la del sentido histórico?, a lo que el segundo respondió, “Da lo mismo. Ya sabe usted que se ha dicho que la Patria es la Historia. Sin una u otra glándula quedará listo el paciente. No volverá ya más a acordarse de España”. Vivimos en estos días una paulatina pérdida de identidad, existiendo una parte de España que quiere cortar por lo sano y no desea ni que se mencione esa palabra, como si miles de años y vicisitudes sin fin no hubiéramos vivido juntos.

La “España invertebrada” de Ortega y Gasset, escrita en 1921 merece la pena releerse porque los problemas de índoles social y político que plantea se asemejan extraordinariamente a los que hoy apenan a la nación española.

En los momentos de incertidumbre y huérfanos del liderazgo de los políticos ante el nombre de España, la clase intelectual debe sentar las bases de la regeneración, pero ¿dónde están los intelectuales?, acogiendo muchas veces como tales a quiénes no tienen razón para serlos.

“Me duele el nombre de España”, ese es el grito que lanzó la Edad de Plata de la literatura española. Hace falta que renazca su espíritu cien años después, aún no es tarde para que catalanes, vascos, andaluces, aragoneses, canarios, navarros, gallegos, castellanos, etc. vuelvan a sentirse españoles e integrantes, como decía Ortega, de un sugestivo proyecto de vida en común, orgullosos además de lo que hicieron juntos. ¿Veremos el milagro?.

Publicado en la web de Belt Ibérica, S.A. el 29 de mayo de 2004, teniendo 2427 entradas

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