Tomás luis de Victoria

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A partir de las dedicatorias que figuran en las primeras ediciones de las obras de Tomás Luis de Victoria, podemos inferir algunas ideas sobre cómo él entendía la música. A continuación reproducimos un fragmento del libro de Stevenson La música en las catedrales españolas del Siglo de Oro, Alianza Música, p. 432-433, y el artículo completo de David Pujol en el que está basado:

Filosofía estética

No solamente los prefacios latinos de Victoria tienden de modo uniforme a ser más largos que los de Palestrina, sino que también sus dedicatorias difieren en contener frases que, unidas, forman algo así como una filosofía estética coherente. La siguiente cadena de frases fue obra de don David Pujol, monje de Montserrat, a quien se debe reconocer el mérito de haber sido el primero en hacer la lista de dichas frases en su artículo «Ideas estéticas de Tomás Luis de Victoria» (Ritmo, año XI, n.º 141 [extraordinario], diciembre, 1940). Son cuatro dedicatorias para:

  1. Hymni totius anni (Roma: Domenico Basa, 1581),
  2. Cantica B. Virginis vulgo Magnificat quatuor vocibus... concinuntur (Roma: Basa, 1581),
  3. Motecta (Roma: Alessandro Gardano, 1583) y
  4. Missarum libri duo (Roma: Gardano, 1583).

Los himnos están dedicados al papa Gregorio XIII, los magníficats al cardenas Bonelli (sobrino de Pío V), los motetes a Nuestra Señora y las misas a Felipe II.

De los trece extractos siguientes, los primeros seis se refieren a su propio desarrollo artístico y el resto al origen y función de la música:

Robert Stevenson

Ahora reproducimos íntegramente el artículo de David Pujol i Roca (1894-1979), monje de Monstserrat, publicado en la revista Ritmo, año XI, nº 141 [extraordinario], diciembre de 1940, en el que está basado el texto anterior. Téngase en cuenta el contexto político-religioso de España en la época en que se escribió.

Ideas estéticas de T. L. de Victoria

Por el P. David Pujol, O. S. B., Monje de Montserrat

Victoria, en sus ideas estéticas sobre la música, ha revelado poseer una personalidad a la altura que se suele exigir en la práctica de la composición musical.

Como compositor no es inventor, ni reformador. Ha tomado los materiales de su arte tal cual los empleaban los buenos maestros de aquella espléndida época de oro de la polifonía vocal. Su modo de escribir, para los no muy especializados en los estilos de la escuela palestriniana, se confunde fácilmente con los maestros romanos. Las modulaciones, escribía Pedrell1, el fraseo musical, el empleo de las disonancias, las fórmulas finales, el diálogo de las voces, la exactitud en seguir las mismas formas de composición, añadimos nosotros, la misma dulzura, la misma amplitud y expresión dramática se encuentran en las obras del maestro abulense que en las del creador de la escuela romana. Pero si Victoria no es ni inventor ni reformador, es, en cambio, el genial artista que se aprovecha de las ricas experiencias de sus predecesores. Es una flor que crece y se desarrolla en un ambiente excepcionalmente propicio para la expansión normal y completa del genio, cual era la Roma del siglo XVI. Sin aminorar los méritos de Palestrina, podemos decir que este gran maestro romano es, en la historia del arte, como el peldaño, si se quiere, necesario, para que el genio de T. L. de Victoria pueda levantarse y erguirse hasta alcanzar las cimas del arte polifónico vocal. El mérito y el quid de la personalidad de nuestro maestro estriban en haber conseguido el máximo grado de expresión a que podía llegar el lenguaje musical de su floreciente época. A lo menos, después de él, la polifonía vocal del Renacimiento no ha hablado más divinamente.

Idéntica posición guarda Victoria en la filosofía del arte musical. No es original, ni renovador. Para su formación ideológica musical ha tomado las ideas cristianas corrientes sobre los fines del arte y su pedagogía espiritual. Lo que piensa Victoria acerca de la finalidad de la música es lo mismo que pensaban y escribían Morales y Guerrero, sin citar otros compositores; es idéntico a lo que creyeron cuantos se han sentido y han querido conservarse músicos auténticamente eclesiásticos; es lo que pensamos hoy, en el siglo XX, y lo que forzosamente continuará siendo la base filosófica de todo artista genuinamente cristiano. Sin embargo de ello, Victoria, en punto a su orientación estética es personalísimo y, entre los mejores compositores de su siglo, llega a ser único en el modo de manejar las ideas estéticas comunes del arte sacro musical, y esta fuerza de orientación que le separa del común obrar, es lo que revela el genio superior del artista castellano. Victoria es personalísimo en su arte, porque puede ser sincero, y puede ser sincero, porque no tiene necesidad de fingir quien da lo que desea dar y niega lo que le place.

El genio de Victoria ha comprendido, dentro de los límites, exigencias e imposiciones a que está sujeta la música sacra, cómo debía dominar y conducir su musicalidad; siempre, en señor soberano de los elementos de expresión. Aquí está el mérito y la prueba más fehaciente del genio superior del numen abulense. Lo que para autores, no de escaso valer, ha sido motivo de retraimiento o cohibición, Victoria lo admite conscientemente, seguro del triunfo y con exclusión de toda otra clase de expansión de su instinto musical. Él ha sido capaz de crear su arte magnífico e insuperable con unas obras nacidas en condición servil y, por destinación, relegadas a segundo rango. ¿Es que ha rehuído la libertad artística, porque su estado eclesiástico y condición mística le opusieron un valladar, o porque su temperamenteo de artista audaz atisbó de un golpe toda la posibilidad de expansión dentro del género eclesiástico, sin comprometer su vocación sagrada, yendo por otros derroteros? Sea como sea, el producto de ambos factores nos ha dado el modelo y el prototipo de los músicos eclesiásticos, y ha encendido la más refulgente lumbrera de la música sacra española.

Las ideas estéticas de Victoria las conocemos por lo que nos dicen las dedicatorias que encabezan las ediciones de sus obras, y por estas mismas composiciones, que no son otra cosa que una aplicación de los principios ideológicos que han orientado al compositor.

Para mejor apreciar el peso que estas ideas estéticas han ejercido en la obra musical de Victoria, hay que tener en cuenta los elementos que se conjugaron en la formación de su personalidad artística. En Victoria hay, pues, que considerar al músico y al sacerdote, hay que conocer las influencias de la mística y del arte sobre un temperamento tan exquisitamente sensible como el suyo.

Victoria es músico «a natura»; por un instinto natural, dice él, soy arrastrado a los trabajos musicales, ad quæ naturali quodam feror instinctu2; y este instinto le obliga al trabajo concienzudo, desde su primera juventud probablemente; multos iam annos... versor et laboro, escribía en 15813. Los frutos cosechados no son mediocres, le dicen los críticos, ex aliorum iudicio mihi videor intelligere non infeliciter4. Pero también es un compositor formado con el estudio. Así, el trabajo diurno, la educación escolástica, las experiencias, le han profundizado en su arte; domina sus resortes. Mas, desde este momento en que se reconoce capaz, pasa, a su vez, a la condición de instrumento, de siervo del numen que trae dentro. Ha comprendido Victoria que Dios le ha concedido unos talentos, y esto le impone la obligación de explotarlos, id vero munus ac beneficium cum divinum agnoscerem, dedi operam, ne penitus in eum, a quo bona cuncta proficiscuntur, ingratus essem, si inerti ac turpi otio languescerem, et creditum mihi talentum humi defodiens, iuxto espectatoque fructu Dominum defraudarem5. Compone por necesidad y, a pesar de librarse al trabajo cuanto puede, todo le parece poco, por lo mucho que debe, in quo etsi plus omnino conor quam possum, minus tamen præsto, quam debeo6. Cuando un artista llega a tal grado de sujeción a su numen, necesariamente sus obras llevarán el sello de lo grande.

Pero en Victoria, a más del músico, hay otros factores que dominan su espíritu. El sacerdocio, que le viene por vocación divina, y la mística, a la cual se ha aficionado profundamente por educación y profesión, ut sacerdotem decet7, y muy probablemente por compañerismo8. Estos dos factores, en ningún modo reñidos con el músico a natura y con el arte, al juntarse en armónica fusión en el alma del sacerdote-artista, dan el producto admirable del verdadero y auténtico Tomás Luis de Victoria. El sacerdocio obliga al artista a sentir, pensar, vivir y servir para la Iglesia, a la vez que lo separa del mundo profano. Por esta razón la obra musical de Victoria es exclusivamente eclesiástica. La mística le abre las visiones beatíficas de la gloria (véanse especialmente los motetes O quam gloriosum est regnum, Gaudent in cælis, etc.); le conduce a los secretos de las ternuras divinas en los misterios de la humanidad de Cristo (véanse el motete O magnum mysterium y todo el Officium Hebdomadæ Sanctæ); le exalta ante el augusto sacrificio, centro de la vida cristiana y Victoria escribe sus libros de Misas; y, en fin, la mística le dicta aquellas páginas, inimitables por lo sublimes del Officium Defunctorum (año 1606 [sic]), ecos sensibles de aquella larga y beatífica paz de los justos que mueren en el Señor.

Conocidas, pues, ahora, cuáles son las fuerzas que conducen a nuestro gran compositor, se podrá apreciar más exactamente el alcance de sus principios estéticos.

Para Victoria, el fin primordial de la música es cantar las divinas alabanzas. Este fin proviene del origen y naturaleza del arte musical; lo reconocieron así aquellas inteligencias superiores, mucho antes que el hombre existiera; también el hombre lo debe admitir, cuando menos por gratitud; asimismo lo reclaman las excelencias del arte musical; y, en fin, ninguna otra finalidad más equitativa ni más honesta podría señalársele.

En efecto, el origen de la música es divino, no cabe duda, pues ¿no procede de Dios todo ritmo y armonía, esencia de la música?; por consiguiente, ¿qué mejor destinación cabría señalar a la música, fuera del divino servicio, cantando las alabanzas divinas? Cui enim rei potius servire musica decet, quam sacris laudibus inmortalis Dei, a quo numerus et mensura manavit?9.

Además, todas las obras de Dios llevan en sí y manifiestan una especie de armonía y canto, cuius opera universa ita sunt mirabiliter disposita, ut quandam harmoniam concemtumque præseferant et ostendant10. La música ocupa para los hombres el lugar de aquella música universal de la Creación, y como aquella es para cantar las glorias del Creador, esta no puede menos de imitarla en su destinación, y así la música debe, por su naturaleza, servir para cantar las divinas alabanzas, ad ipsum Deum Optimum Maximum, eiusque laudes conferatur11.

Según Victoria, la institución de la música no es de invención humana; existió mucho antes que nuestra especie, y la practicaron aquellas inteligencias superiores, antequam homines essent, in beatis illis mentibus esse incœperit12. Un arte, pues, cultivado por los espíritus angélicos, ¿puede tener otra finalidad que cantar la gloria de Dios?

Por su parte, el hombre debe admitir esta finalidad superior de la música, cuando menos por gratitud, pues si el Señor, de quien proceden todos los dones, a quo bona cuncta procedunt13, nos ha gratificado con este don, no igualado por otros en utilidad, en antigüedad y en belleza, nam sive utilitatem quis quærant, nihil ea utilius... sin antiquitatem ac splendorem14; ¿qué destinación más legítima y noble cabe señalar a la música que enaltecer y proclamar las perfecciones divinas? Este es el ideal de Victoria; a este fin trabaja cuanto puede y no alimenta otra aspiración que servirse de la modulación de las voces, como se hizo ya en un principio, para cantar las alabanzas a Dios, Optimo, Máximo. Ego quidem summo Dei beneficio in ea re tantum laboro, ut cuius rei causa vocum modulatio principio inventa est..., ad ipsum Deum, Optimum, Maximum eiusque laudibus conferatur15. Desgraciadamente, como acontece casi siempre en el uso de los dones divinos, que, procediendo de buen origen, los hombres los tuercen en depravados usos, verum id quod fere accidit rebus omnibus, ut a bono principio exortæ, in deteriorem plenumque usum torqueantur; idem accidit recte nervorum vocumque cantibus utendi ratione16, también la música ha sufrido una desviación de su fin. De ella han abusado hombres perversos y de costumbres depravadas, a quienes ha servido de incentivo para revolcarse en el fango de los placeres sensuales y no como medio para levantarse gozosos a la contemplación de Dios y de las cosas divinas. Quippe ea improbi quidam ac pravis moribus imbuti homines abutuntur potius tamquam incitamento, quo se in terram terrenasque voluptates penitus immergant, quam instrumento, quo ad Deum divinarumque rerum contemplationem feliciter evehantur17.

En fin, las mismas excelencias de la música exigen del arte una destinación divina.

En efecto, las excelencias de la música son: en primer término, su gran utilidad, pues recrea los ánimos con tal suavidad que llega su benéfico influjo hasta los miembros del cuerpo, in animos influens, non animis solum prodesse videtur, sed etiam corporibus18; además, es un óptimo medio para elevarse a la contemplación de las cosas divinas de modo irresistible y dulcemente. Otra excelencia de la música es su antigüedad y la destinación que le dieron los ángeles. Este arte, pues, «excelente sobre las demás cosas», ¿puede tener destinación diferente fuera de la glorificación de Dios? Lo equitativo es, sin duda, que la música se destine solamente para el servicio del Señor, y, de este modo, a las cualidades y excelencias de un arte utilísimo y antiquísimo, añadirá el de ser honestísimo, pues servirá solamente para un objeto santísimo. Æquum profecto fuerat, ut quod utilissimum erat humano generi, atque antiquissimum, idem etiam esset, si ad Deum unum referatur, honestissimum19.

Además del fin primordial expuesto, Victoria reconoce que la música puede llenar otros fines nobilísimos y más que suficientes para excitar al trabajo al compositor, consciente del don que el Señor le ha encomendado al otorgarle el talento musical. Estos fines son: uno, social-religioso; pedagógico, el segundo, y el tercero, benéfico.

El fin social-religioso lo llena la música al ponerse al servicio de la liturgia. En esta cooperación, la música, no solamente cumple su principal destinación, cual es cantar las divinas alabanzas, sino que contribuye eficazmente al esplendor del culto y a dar mayor relieve a los textos que enaltecen las perfecciones divinas, los misterios de nuestra Redención, las prerrogativas de la Madre de Dios y las virtudes de los Santos. Pero, no es esto todo; la música, en cooperación con la liturgia, alcanza otro efecto no menos noble y muy apreciable. Es aquella gracia peculiar que la convierte en instrumento divino, para levantar las almas hacia Dios, promoviendo suavísimamente el afecto más tierno de la religión, cual es la devoción. La edición de motetes, himnos y cánticos espirituales del 1583, dedicada a la Santísima Madre de Dios y a todos los Santos que con Cristo reinan en el cielo, está destinada a llenar este doble fin social-religioso. Ad eorum laudes festis solemnibus diebus modulatas concinnendas, fidelisque populi devotionem hymnis et canticis spiritualibus dulcius excitandam20. Todo el mundo admira la piedad, el lirismo religioso, la elevación de las ideas musicales, lo humano de la expresión y lo divino del pensamiento en los motetes del gran maestro español; pero, ¿qué hay de extraño en esto si el místico compositor se propuso con ellos ser guía de las almas cristianas, para conducirlas a los goces íntimos de la divina contemplación?

También la música, o el compositor con sus obras, ha de buscar un fin didáctico, esto es, ha de contribuir al progreso del arte y ha de aprovechar a sus contemporáneos y a los venideros, sirviéndoles de guía, estudio y de maestro en la práctica de su arte. No de otro modo se ha perfeccionado y ha evolucionado el arte, encontrando siempre nuevas modalidades de expresión, gracias al esfuerzo de estas inteligencias extraordinarias, que han pasado por la humanidad indicando a sus semejantes las incógnitas rutas de la expresión artística que ellos han descubierto. Un músico mediocre podrá satisfacerse con que sus obras agraden al oído y plazcan al sentido; pero el compositor consciente de su talento, que ha llegado a comprender la misión providencial que Dios le ha encomendado, y que por esta causa le ha condecorado con más preclaro talento que a los demás, no querrá contentarse con fines insignificantes y epidérmicos; aspirará a más: Victoria, artista piadoso y genial, aspira a ser provechoso a sus contemporáneos y a las generaciones venideras, ut longius progressus, quantum in me esset, præsentibus, posteris, prodessem21. Hasta qué punto la música de Victoria ha alcanzado este noble fin, lo dicen la veneración que le sentimos nosotros, a los cuatrocientos años de distancia, como lo demostraron sus contemporáneos, agotando una en pos de otra las diversas y numerosas ediciones de las obras del Maestro. Hoy podemos afirmar que la música de Victoria seguirá llenando su fin pedagógico, pues es la insuperable lección modélica que ha dado el arte polifónico puesto al sevicio de la religión.

Finalmente, la música cumple un fin benéfico al penetrar dentro de nosotros, introduciéndose por el sentido hasta tocar al alma, aurium nuntio in animos influens22. Es entonces cual óleo suavizador de las asperezas de la vida, es el consuelo a los sinsabores de la lucha cotidiana, es el contrapeso a los golpes de la fortuna, es el bálsamo a las punzadas del dolor. Los padecimientos del alma debilitan la salud del cuerpo, lo ponen malo; la tranquilidad, el bienestar, el goce del alma redunda en mejoría del cuerpo. Por esta razón, la música, al confortar y deleitar el espíritu, beneficia con su mágico influjo al mismo cuerpo, non animis solum prodesse videtur, sed etiam corporibus23.

He ahí expuestos los principios estéticos del arte de Victoria. Como decía al principio, no son originales. Victoria los ha tomado del común sentir de su tiempo. Pero los ha incorporado inseparablemnte a su personalidad inconfundible, porque es obra del instinto natural; robusta, porque se ha fortalecido con largo y asiduo estudio; sincera, porque su carácter sacerdotal le impide contradecirse y engañar, y, en fin, es esta personalidad de Victoria superior, porque la mística le ha acostumbrado a elevarse a la contemplación de las cosas divinas. De ella han tomado las ideas, la expresión original que se revela en las obras del insigne compositor.

David Pujol i Roca, 1940


Notas

  1. ^ Pedrell, T. L. de Victoria, Abulensis, Opera omnia, t. 8, p. LVI.
  2. ^ Pedrell, op. cit., p. XXX. Dedicatoria a Gregorio XIII, edición año 1581.
  3. ^ Loc. cit.
  4. ^ Loc. cit.
  5. ^ Loc. cit.
  6. ^ Op. cit., p. XXVIII. Ded. al Cardenal Bonelli, edi. a. 1481 [sic] A.
  7. ^ Op. cit. p. XXXIII. Ded. a Felipe II, edic. a. 1583 B.
  8. ^ Se han hecho algunas conjeturas sobre la posibilidad de relaciones entre la mística de Ávila Santa Teresa de Jesús y Victoria. Sea lo que fuere, el maestro pudo cultivar otras relaciones espirituales, pues tanto en España como en Roma reinaba un ambiente fuertemente impregnado de misticismo. Recuérdanse los muchos santos españoles de aquel siglo, como también los que florecían por aquel entonces en la Roma de San Pío V, no menos, y más particularmente la espiritualidad de los discípulos de San Ignacio que regían el colegio germánico, en donde Victoria ejercía el cargo de Director de Música.
  9. ^ Pedrell, op. cit., p. XXXIII. Ded. a Felipe II, loc. cit.
  10. ^ Loc. cit.
  11. ^ Op. cit. Ded. a Bonelli, loc. cit.
  12. ^ Loc. cit.
  13. ^ Op. cit. Ded. a Felipe II, loc. cit.
  14. ^ Op. cit. Ded. a Bonelli, loc. cit.
  15. ^ Loc. cit.
  16. ^ Loc. cit.
  17. ^ Loc. cit.
  18. ^ Loc. cit.
  19. ^ Loc. cit.
  20. ^ Op. cit., p. XXXIII. Ded. de la edic., a. 1583 A.
  21. ^ Op. cit. Ded. a Felipe II, loc. cit.
  22. ^ Op. cit. Ded. a Bonelli, loc. cit.
  23. ^ Loc. cit.