FORO PARA LA PAZ EN EL MEDITERRÁNEO

Camino de vuelta al siglo XX

F. Javier Blasco
25 de junio de 2016

Mucho se ha escrito y debatido sobre los problemas que atraviesa Europa y sus consecuencias. La mayor parte de los analistas y pensadores deducen y concluyen que Europa no está capacitada para resolver graves problemas porque no tiene la estructura adecuada, voluntad para hacerlo, carece de un verdadero liderazgo y no es capaz de afrontar en tiempo y forma las crisis que se le vienen planteando.

El mundo ha cambiado mucho en los últimos cuarenta años y muchos se han resistido a darse cuenta de ello; la aparición de las nuevas tecnologías, el fenómeno de la globalización, la influencia de las redes sociales, las graves crisis económicas, la aparición y desarrollo del terrorismo yihadista, los grandes flujos migratorios provocados por unas guerras cercanas en las que no hemos querido intervenir en la medida que deberíamos, las grandes fluctuaciones de los precios del petróleo, la volatilidad de los mercados, el aumento del paro, la incesante y creciente deuda, la llegada al poder de decisión e influencia de los denominados millennials y una mala o nula gestión de los problemas que nos acucian y vacían los bolsillos han dado lugar al pesimismo, el populismo, la xenofobia, los nacionalismos y los separatismos.

Lo grave de todo ello, es que a pesar de tener un origen variopinto aunque común, no florecen en un campo de crecimiento y desarrollo homogéneo. En unos lugares, es la ultraderecha la que hace bandera de estos procedimientos, en otros sin embargo la ultraizquierda es la que ha basado su desarrollo haciendo hincapié en los mismos problemas. Tampoco la pirámide de edades es homogénea en la adopción y seguimiento de las proclamas y políticas que predican el fácil camino para abordar y salir de las crisis que vivimos. Todos pensábamos que esto era cosa de los jóvenes; pero ahora resulta que han sido los mayores de 45 años los que han apoyado y propiciado el Brexit en el Reino Unido. Ni siquiera la ubicación geográfica de los mismos guarda una correlación; se da casi por igual en el Norte, Sur, Este u Oeste o el centro de Europa y ya por si fuéramos pocos, empieza a tomar auge y potencial poder en otros continentes, hasta ahora libres de tamaños problemas salvo localizadas excepciones. En definitiva, no existe un patrón determinado salvo en su posible origen que consiste en hacer un exagerado empleo del descontento y la relativa desigualdad entre los hombres.

Estas reflexiones nos llevan a pensar que el problema y su solución no son sencillas en absoluto. Europa ha crecido al amparo de los Derechos, sin darse cuenta que todo derecho supone un deber por nuestra parte. Nuestro nivel de exigencia y la debilidad manifiesta de nuestros políticos nos ha llevado a ceder en todo. Nadie pone coto a las exigencias y con el pensamiento de que otros vendrán que lo arreglen, seguían cediendo nuestros próceres, aún a sabiendas que aquello que se otorgaba no se podría conservar en el tiempo. La sana costumbre de no dar contra el vicio de pedir, se ha perdido por completo; nadie cede ante el chantaje, la presión callejera o la involución de los medios de comunicación o las redes sociales; todo sea por los votos y por mantenerse en el poder.

Es ahora, tras una grave crisis, aún no cerrada, cuando algunos gobiernos y estamentos han debido tomar medidas correctoras a las que rápidamente los populistas han bautizado como “recortes”. Recortes, que aunque en muchos casos no hayan sido reales, se han magnificado y repetido tanto, que muchos, demasiados ya, los toman por buenos, aunque la realidad demuestre lo contrario.

El nivel de exigencias, que brotó en las clases más bajas, se ha trasladado a la mayoritaria clase media cuando han percibido que sus bolsillos sufrían el más mínimo descenso. Pero hasta los bastante acomodados se unen a la queja colectiva, con la esperanza de que a rio revuelto todos podemos pescar algo. Es fácil entenderlo cuando los agoreros del mal y los salva patrias prometen de todo, fácil, inminente, gratis y para toda la vida. Serán los ricos los que lo paguen pregonan, a sabiendas que a pesar de que se les estruje al máximo y se les expropie la totalidad de sus fortunas, estas no llegan ni para cubrir un pequeño porcentaje de lo que se necesita si es que se quiere cumplir con todo lo prometido.

El posible Brexit no ha sido objeto de la suficiente atención por parte del mundo durante mucho tiempo. A pesar de algunos indicadores en las Bolsas, pensábamos que la famosa flema y cordura inglesa tomaría las riendas y que a pesar de que un irresponsable Primer Ministro ponía en jaque a su país en dos ocasiones en un breve espacio de tiempo, ellos serían capaces de salir del atolladero.

Todos creímos en las primeras encuestas y nos fuimos a la cama tranquilos el pasado jueves, hasta que de madrugada comenzaron a sonar las alarmas; el resultado, no era el esperado. La hecatombe económica se despertó muy pronto y las monedas y Bolsas del mundo entero sufrieron bajadas generalizadas, siendo algunas, record desde su creación, como fue el caso de la Bolsa española conocida como el Ibex 35.

Nada más conocerse el resultado, también supimos el alcance y la calaña de algunos falsos argumentos que llevaron a una gran parte de los votantes británicos a las urnas engañados del todo. En este caso los mismos que las esparcieron y proclamaron a los cuatro vientos, reconocieron que había sido falso y/o solo un calentón o comentario electoral como tantos que se dicen; pero el mal ya estaba hecho, no hay paso atrás, al menos de momento.

Esto nos hace pensar que la mentira y la exageración son las mejores herramientas del populismo para sus proclamas, no se cortan un pelo cuando las lanzan a sabiendas de que son totalmente falsas y/o se las acaban de inventar. Lo hacen porque saben que el seguidor que las escucha no tiene ni idea de la veracidad de las mismas y lo mismo le ocurre al dirigente de la oposición que no las escucha, no sabe nada sobre ellas o no considera importante desmontar una a una todas las falacias empleadas por el adversario. Craso error; así se ganan muchas de las batallas, la guerra psicológica, el engaño y la decepción han formado parte de las formas y modos del combate desde los tiempos pretéritos y se siguen manteniendo en todo manual o estrategia bien perfilada.

En el primer tercio del siglo XX las soluciones fáciles a los problemas laborales y sociales, la oferta de acomodo y las prebendas totalmente gratis llevaron a países serios a protagonizar movimientos políticos que acabaron en graves conflictos que produjeron millones de muertos en combate, millonarias masacres de civiles, incontables refugiados y desplazados y a la ruina real y económica de muchos países. Las tácticas y técnicas empleadas eran las mismas: mentir, exagerar, provocar simpatía para atraerte, irte mentalizando y captando para la causa hasta que tu fanatismo y ceguera ante la realidad sea tal que la salida de la misma y la vuelta al raciocinio sea prácticamente imposible.

Basta con darle un vistazo a los discursos de lobos disfrazados de corderos, los comentarios en las redes sociales, los mensajes y artículos en prensa y las intervenciones en programas de debate en TV. Es así, no hay la menor duda que recuerdan en mucho a los que realizaron los protagonistas de aquellos movimientos sociales hace casi cien años.

Hasta los británicos han caído en sus redes de forma fácil y sin darse cuenta, solo porque unos cuantos les prometieron que no habría más refugiados en su territorio; sin darse cuenta que el Reino Unido está lleno de emigrantes procedentes tanto de su área de influencia como de otros confines o porque según los predicadores del mal, con el dinero que se iban a ahorrar por no pagar las exageradas cuotas a la Unión se podría construir un hospital a la semana. Dos mentiras gordas, pero que al parecer, han calado entre los más mayores del Reino Unido y tanto lo han hecho, que han logrado los efectos perseguidos.

No han pasado 24 horas de saberse el resultado y ya son más de un millón de firmas las que se han dirigido al Parlamento solicitando la repetición de las votaciones, porque muchos se han convencido de que fueron víctimas de un engaño provocado por una propaganda maliciosa. Principalmente aquellas personas mayores que han comprendido que todos los hospitales prometidos con los ahorros de la salida de la UE, jamás serán construidos.

Pero las culpas de todo este desaguisado no están exclusivamente en estos “pobres infelices” que se han dejado engañar, sino en sus dirigentes que no solo les llevaron a esta no necesaria votación, no llevaron bien la campaña por la permanencia y no supieron o quisieron contrarrestar y descubrir las mentiras de los que propugnaban los defensores de la salida y por ello, han perdido la confianza de unos electores hace poco les habían dado una mayoría absoluta. Hoy son irrelevantes, tanto que ya han anunciado su irrevocable dimisión, porque además son incapaces de minimizar los efectos de dicha salida y poder negociar una situación lo más beneficiosa para el país y sus habitantes en lo referente a sus relaciones futuras con la Unión.

El mal ya de por si grande no acaba aquí, ahora surgen de nuevo, ciertos movimientos separatistas que exigen otros referéndums para salirse del Reino Unido y poder integrarse en la UE porque así lo votaron sus habitantes. En resumen, el problema sigue y se puede agravar, no solo abandonar la propia Unión sino desmembrar un país con tanta historia y tradición.

No hay que olvidar en este reparto de culpas, la propia UE y su lentitud burocrática y política en desvelar, analizar y afrontar los problemas. Si bien es cierto que desde su incorporación a la Unión el 1 de enero de 1973 han sido los británicos quienes más trabas han puesto al desarrollo legislativo y a los diferentes acuerdos alcanzados dentro de la misma. No obstante, la propia UE, su sistema legislativo, el ejecutivo y la tibieza de sus acuerdos e imposiciones han ofrecido una imagen de poca seriedad a un país que siempre se ha mantenido al filo de quedar al margen de los acuerdos comunitarios; hasta tal punto, que su propia Reina, hace pocos días, solicitaba tres razones para permanecer en la misma.

Puede que la salida del Reino Unido sirva de acicate para la UE al perder ese importante lastre que la atenazaba y dilataba en la consecución de acuerdos constantemente con reticencias, exenciones y miramientos en el orden político, judicial y económico y que esto le ayude a coger una buena velocidad de crucero y los logros que se alcancen en breve sean lo suficientemente eficaces y viables para solucionar o al menos encauzar los problemas que la acongojan y amenazan, pero sobre todo, para parar de plano las aspiraciones y manejos de los diferentes movimientos populistas que ya han alcanzado logros muy significativos en muchas de las grandes ciudades, regiones y hasta en algunos países de la Vieja y la nueva Europa.

Debo confesar que no me encuentro muy esperanzado de que esto suceda fácil ni rápidamente; mucho me temo que lo ocurrido hace pocas horas en el Reino Unido, no sea más que un paso más en el camino de retorno a la Europa de principios del siglo XX. Si esto fuera así, habremos llegado muy tarde y las consecuencias nos las podremos fácilmente imaginar.

Solo hay que ver la reacción de dos importantes protagonistas a nivel mundial, Donald Trump y Putin. El primero, ayer mismo y en territorio británico celebraba la salida con la esperanza de ver a una Europa mucho más debilitada de la que piensa que podrá manejar más fácilmente e incluso abandonar si él llega al mando de la potencia aún más poderosa del mundo y el segundo porque esta nueva Europa, más débil y bastante descabezada, disminuye el riesgo de una fuerte reacción a sus pretensiones expansionistas y que como consecuencia de lo anterior, baja en el ranking de sus potenciales enemigos.

Mañana hay otra prueba de esto en España; espero y deseo que no triunfen los populismos porque de esta forma el círculo, no solo se cerraría sino se ampliaría un poco más.

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