FORO PARA LA PAZ EN EL MEDITERRÁNEO

El mundo esta en guerra

Por Francisco J. Carrillo, Diplomático, Presidente de la Academia Europea y miembro del Foro para la Paz en el Mediterráneo.

Titulo este artículo con una constatación del papa Francisco camino del la JMJ en Cracovia, a la que añadió que no se trata de una guerra entre religiones. Este posicionamiento del Papa es fundamental para poder explicar los caldos de cultivo de esta trágica situación.

Me refiero y comento el Manifiesto sobre la Violencia que adoptó la Conferencia General de la Unesco el 16 de noviembre de 1989. Fue redactado por veinte eminentes personalidades mundiales de las ciencias exactas y naturales así como de las ciencias sociales y humanas. El documento asume cinco proposiciones básicas: (1) Es científicamente incorrecto que hayamos heredado de nuestros antepasados los animales una propensión a hacer la guerra. [La guerra es un fenómeno específicamente humano que no se encuentra en otros animales... El hecho de que la guerra haya cambiado de manera tan radical en el transcurso de los tiempos es la prueba de que se trata de un producto de la cultura. Las modalidades de la guerra humana han cambiado en función de la evolución cultural y no de la evolución biológica]. (2) Es científicamente incorrecto decir que la guerra o cualquier otra forma de comportamiento violento está genéticamente programado en la naturaleza humana. Si los genes están implicados a todos los niveles del funcionamiento del sistema nervioso, ellos se encuentra en la base de un potencial de desarrollo que solamente puede realizarse en el entorno social y ecológico. Fuera de algunos casos raros de estados patológicos, los genes no condicionan ni predisponen a los individuos a la violencia. (3) Es científicamente incorrecto decir que en el transcurso de la evolución humana ha tenido lugar una selección en favor del comportamiento agresivo en relación a otras formas de comportamiento. La violencia no está inscrita ni en nuestra herencia evolutiva ni en nuestros genes. (4) Es científicamente incorrecto decir que los hombres tienen «un cerebro violento»; sí poseemos en efecto un aparato neuronal que nos permite actuar con violencia que no se activa automáticamente por estímulos internos o externos. Nada existe en la fisiología neuronal que nos impulse a reaccionar violentamente. [Estudios avanzados del cerebro muestran cómo éste controla las emociones, principalmente la cólera y el miedo, y las capacidades de orden social como son la capacidad de aprender y de comunicarse a través del lenguaje]. (5) Es científicamente incorrecto decir que la guerra es un fenómeno instintivo o que responde a una motivación única. La emergencia de la guerra moderna es el punto final de un recorrido que, iniciándose con factores emocionales, a veces calificados de instintos, ha conducido a factores cognitivos. La guerra moderna pone en juego la utilización institucionalizada de una buena parte de características personales como son la obediencia ciega o el idealismo; aptitudes sociales como el lenguaje; y aproximaciones racionales como los costes, la planificación y el tratamiento de la información. [El comportamiento de los soldados en la guerra moderna poco tiene que ver con su agresividad. La institución de la guerra crea un cierto número de roles cada uno con sus derechos y sus deberes. Políticos, generales, oficiales, soldados, obreros de las fábricas de armamentos ejecutan las tareas que les han sido encomendadas, realizando sus deberes sin que tengan que expresarse, en la realidad, sus tendencias agresivas. Para un combatiente, la cooperación, las relaciones de camaradería, la obediencia y el miedo pueden ser más importantes que la agresividad].

La Conclusión del Manifiesto sobre la Violencia proclama que la biología no condena a la humanidad a la guerra; que la humanidad, por el contrario, puede liberarse de una visión pesimista de la biología, lo que conduciría a las transformaciones necesarias de nuestras sociedades para evitar la guerra y los comportamientos violentos. Aunque esta tarea sea fundamentalmente colectiva, debe fundamentarse igualmente en la conciencia de los individuos. La especie humana que ha inventado la guerra es igualmente capaz de inventar la paz.

No existen genes del amor o de la agresividad. Llegamos a ser lo que somos a través de la educación y de la formación. La paz crece y toma vida en cada uno de nosotros. Debemos reconocer en cada mujer y en cada hombre su unicidad, su importancia, su razón de ser.

Si el mundo está en guerra, como constata el papa Francisco, el desafío educativo es una tarea a nivel mundial. La educación y la formación no pueden ser «asépticas» ni concentradas en la única alternativa de «ciencia y tecnología». Para evitar la guerra al tiempo que se construye la paz en la mente de los seres humanos, es preciso, es urgente, reinstalar en la educación una escala de valores -en inquietante desaparición- que inspiren comportamientos de cooperación y no de «lucha» competitiva. Una educación que permita ver en cada uno de nosotros la absoluta necesidad que tenemos del otro, próximo o lejano y desconocido, para realizarnos nosotros mismos en la unidad de la especie humana. Es el único camino y método para ir reinstalando la paz. Caso contrario, seguiremos tirando piedras contra nuestro propio tejado bajo la adormidera del síndrome del Titánic y haremos saltar al mundo en mil pedazos.

Diario Sur. Tribuna. Francisco J Carrillo. 06.08.2016

Por tener relación con el tema y tratar aspectos referentes a la guerra a través de los Documentos del Concilio Vaticano II, se recoge un artículo publicado en la revista Crónica en 2003, siendo su autor Rafael Vidal Delgado:

DE LA GUERRA

Libros de Actas de la Jornadas de Seguridad, Defensa y Cooperación

Cuando se habla de la guerra inmediatamente hay personas que abrogándose una autoridad intelectual, ética, moral o religiosa de la que carecen, descalifican no solo la guerra en sí sino cualquier relación con el tema. Se llaman pacifistas aunque con más razón se deberían denominar antimilitaristas y curiosamente esa supuesta “paz mundial” quieren conseguirla mediante violentas manifestaciones. “De la Guerra” es el título de un famoso tratado sobre este tema, que el general Carlos von Clausewitz escribió en el primer tercio del siglo XIX, recogiendo desde su naturaleza hasta las propias maniobras de los ejércitos que se enfrentan. De este autor se ha popularizado una frase, entresacada de su libro indicando que “la guerra es la simple continuación de la política con otros medios” , expresando con ello que no debe identificarse guerra con el fin, es decir que el fin es el propósito político, siendo únicamente la guerra el medio. La cuestión que se quiere plantear de base es si se puede erradicar la guerra, aunque posteriormente pasaremos por su legitimidad y otros conceptos morales, pero a través de la exposición de Clausewitz vemos que para erradicarla primero hay que modificar los pensamientos políticos. En el siglo XIX la guerra era la simple continuación de la política, pero a finales del siglo XX y principios del XXI, también es consecuencia del derecho internacional, un derecho imperfecto como veremos, pero derecho al fin y al cabo. En el orden interno de los Estados existe el derecho como eje de la vida ciudadana, siendo el Estado el único que tiene la legitimidad de la violencia para procurar que ese derecho impere, consecuencia de ello se crean no solamente los tribunales de justicia sino también y simultáneamente la policía, instrumento con el que ejerce la violencia el Estado sobre los ciudadanos que trasgreden el derecho. Hoy día el derecho internacional, garante de una paz precaria, es elaborado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la cual en sus resoluciones dicta sanciones contra los Estados transgresores. En su carta fundacional se habla de la existencia de un estado mayor internacional, preludio de una fuerza coercitiva de este carácter, que ejercería la legitimidad de la violencia a nivel global. Ante la inexistencia de esta fuerza se tiene que recurrir a las fuerzas militares de los Estados, dándosele la legitimidad necesaria y suficiente para ejercer la violencia, en este caso la guerra. La paz no es lo opuesto de la guerra, de hecho el Concilio Vaticano II, al hablar de la naturaleza de la paz dice textualmente: “La paz no es la mera ausencia de la guerra, ….Es el fruto del orden plantado en la sociedad humana por su divino Fundador, …” . La Iglesia condena la guerra, pero en todo caso la considera inevitable, porque: “En la medida en que el hombre es pecador, amenaza y amenazará el peligro de la guerra hasta el retorno de Cristo” Hemos hecho mención a los documentos del Concilio Vaticano II, documentos que en muchos casos parecen olvidados, teniendo sin embargo una vigencia extraordinaria. La Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, promulgada en un lejano 7 de diciembre de 1965, dedica íntegramente su último capítulo al fomento de la paz y la promoción de la comunidad de los pueblos, entrando con los pensamientos que antes se han recogido en la génesis, naturaleza e incluso inevitabilidad de la guerra. No solo entiende la Iglesia la guerra como confrontación entre Estados, sino que con una visión de futuro y que desgraciadamente se ha materializado, extiende el concepto, cuando dice: “La complejidad de la situación actual y el laberinto de las relaciones internacionales permiten prolongar guerras disfrazadas con nuevos métodos insidiosos y subversivos. En muchos casos se admite como nuevo sistema de guerra el uso de los métodos del terrorismo” . Es decir el Concilio vislumbra las lacras que en la actualidad estamos viviendo y que exige la implicación militar y la declaración de guerra internacional para erradicarlas, como son el terrorismo, el narcotráfico, el ciberterrorismo y todo un conjunto de amenazas que se ciernen sobre el mundo actual. Para la Iglesia la razón de la existencia de la guerra es el mismo hombre-pecador y hasta que deje de serlo, que será en el fin de los tiempos, la guerra seguirá existiendo y apareciendo como uno de los cuatro jinetes del apocalipsis. Entendido que la guerra seguirá existiendo, hay que preguntarse ¿cuando es legítima?. En este sentido la Iglesia parece solamente reconocer el “derecho de legítima defensa a los gobiernos”, aunque previamente indique que ello será hasta que se consolide una autoridad internacional competente y provista de medios eficaces. La legitimidad de la acción bélica es uno de los puntos oscuros, en el que existe mayor desacuerdo. Al principio hemos dicho que la legitimidad la dan las resoluciones de las Naciones Unidas, pero recientemente, como se ha demostrado en el caso de la guerra del Golfo Pérsico, en la antigua Yugoslavia o en Afganistán, voces dentro de la Iglesia han llegado a dudar de esa legitimidad, entonces ¿quién puede dar la legitimidad?. El Decreto “Christus Dominus” sobre el oficio pastoral de los Obispos, señala el deber que tienen éstos de enseñar, entre otras cosas “sobre la guerra y la paz y la fraterna convivencia de todos los pueblos”. Cuestión harto difícil, al menos en cuanto unanimidad se refiere, porque para algunos la guerra en cuestión será legítima y para otros ilegítima. En España vemos matices en lo concerniente a la lucha contra el terrorismo. Descartado en un horizonte cercano el “establecimiento de una autoridad pública universal reconocida por todos, con poder eficaz para garantizar la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos” , la Iglesia recomienda que sean las actuales organizaciones internacionales, como la ONU y la OSCE , entre otras, las que se dediquen de lleno a estudiar los medios más aptos para la seguridad común, indicando que es necesario “que se desarraiguen las causas de discordia entre los hombres, que son los que alimentan las guerras”, haciendo desaparecer injusticias, desigualdades económicas, ansias de dominio, etc., aunque también considera que aunque se reparara lo anterior aún perdurarían otros motivos que surgen de las pasiones del hombre, y que aunque no culminen en guerras, sí dan lugar a luchas y violencias entre los hombres, aspectos de confrontación que las nuevas estrategias políticas las equiparan a la guerra, no contra un Estado concreto sino contra todo aquello que amenaza la paz mundial. La guerra desgraciadamente es un hecho real, no erradicable a corto plazo. No se elimina la guerra suprimiendo los ejércitos, lo mismo que no se elimina el delito, suprimiendo la policía. ¿Nos debe hacer caer esto en la desesperanza?, ni mucho menos, es preciso perseverar en las pautas fijadas por el Concilio Vaticano II; es necesario volcar los esfuerzos en la consecución de una autoridad internacional dotada del suficiente poder y la que legitime el uso de la fuerza contra los transgresores de la paz. Más, por ahora, no puede hacerse y desgraciadamente aún seguiremos sintiendo el hálito pestilente de la guerra sobre nuestras cabezas.

Belt Ibérica, S.A. Febrero 2003. Rafael Vidal Delgado

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