Oficios perdidos- texto


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Oficios perdidos en Málaga y su provincia
Eugenia León Atencia. A plena luz del día, al alba o incluso por la noche, por las calles de Málaga a principios de siglo XIX, había una serie de personas que sorprendían a los visitantes de la ciudad.
Así, el vendedor de boquerones ensayaba su postura con los brazos en jarra y cargado de cenachos de Palma pregonaría su plateada mercancía por las calles de la ciudad y regatea su precio hasta agotarla.
No hay que olvidar que otra costumbre de venta ambulante era la leche de cabra hasta que se pensó que producía cierta enfermedad.
Y en un patio de corralón de vecinos, se instalaba en una esquina soleada para tender la pila común para el lavabo de ropas.
La venta ambulante por las calles de Málaga era muy frecuente en el siglo XIX; ya fuera de carbón como de ropa -llevando de casa en casa: vestidos, mantones, gargantillas, pendientes y abanicos, todos colgados en un lío a la espalda-.
El vendedor de frutas estacional, la castañera que establecía sus puestos en lugares fijos, el leñador, el afilador, el aguador -que surtía de agua a las casas- eran otros de los vendedores ambulantes.
El vendedor de productos medicinales contra el dolor -aceites, ungüentos y mantecas-, dentistas callejeros de dudosa legalidad en barberías donde se generarían tertulias políticas y baratilleros que comerciaban libros y muebles viejos junto a pitonisas o posiblemente junto a un músico con violín, guitarra o armónica que pedía monedas a los transeúntes.
Alguien improvisaba un mercado callejero apilando cañas de azúcar que se ofrecen al transeúnte.
Cada trapero de la ciudad debía renovar anualmente su licencia en las Ordenanzas Municipales donde era necesario acreditar su “buena conducta”.
Y cómo olvidar al sereno, que conocía todos los secretos de los habitantes de la ciudad y debía avisar al vecindario y al alcalde en caso de incendio.
Si extendiéramos a toda España, la lista de oficios sería interminable y así tales como el molinero, el carbonero, el recadero, el barquillero, el pregonero, el mielero, colchonero, hachero o resinero; todos ellos –en su mayoría- oficios, perdidos a través del paso del tiempo.
Otros oficios en España
Benito Pérez Galdós, en Fortunata y Jacinta relata como en Madrid, se establecía la burguesía rentista, tuviera o no título nobiliario. No hay que olvidar, que por aquella época hubo un crecimiento demográfico sin precedentes, donde a la pobreza y oficios anteriormente citados fueron desapareciendo para crearse nuevos grupos de trabajo que fueron dando paso a nuevos oficios, tales como propietarios de fincas, almacenistas, comerciantes, cargos en la administración, agentes de bolsa, banqueros, prestamistas, funcionarios, profesionales liberales, artesanos, fabricantes y una pequeña y mediana burguesía de pequeños propietarios.
Como el siglo XIX fue esencialmente el siglo del trabajo y de la industria, Galdós relata como en aquella sociedad había ricos tramposos, capitalistas quebrados, caballeros de industria, damas que jugaban y fumaban, petardistas de oficios, ejercito de tunantes y prostitutas, que convivían junto a las más altas clases de la sociedad.
Entre los oficios que se citan aparece el de la Guardia Civil, para imponer el orden defensor, pero también había el caso de uno que ejercía su oficio de hombre de negocios como el Duque de Osuna, el cual su fortuna desapareció como quien juega al póker y lo peor de todo, cuya inmoralidad pública estaba dirigida desde el gobierno.