FORO PARA LA PAZ EN EL MEDITERRÁNEO

Carta de Europa: La oferta que los europeos no podrán rechazar

 

NOTA REDACCIÓN DEL FORO PARA LA PAZ EN EL MEDITERRÁNEO: La Unión Europea y por ende sus estados miembros deben de ponerse a trabajar para aumentar su seguridad hacia el exterior y comenzar una campaña sobre sus ciudadanos de que es necesario incrementar los gastos que ello conlleva. Lo más probable es que no se pueda contar con el apoyo de Estados Unidos de Norteamérica con la intensidad  que ha existido en los 50 años de existencia de la OTAN

JEREMY SHAPIRO: Director de investigación en el European Council on Foreign Relations (ecfr.eu). Ha sido director del proyecto de Orden Internacional y Estrategia en Brookings Institution (Washington DC) y miembro del equipo de Planificación Política en el departamento de Estado de Estados Unidos

De unas relaciones transatlánticas predecibles durante décadas, los europeos se encuentran ahora con un presidente de EEUU que cuestiona el concepto de alianza y respeta los liderazgos fuertes.

Fue mala suerte que la primera visita de Donald Trump a Europa fuera a Sicilia. Trump no viaja mucho al extranjero. Pero quería acudir al encuentro del G8, principalmente porque había organizado la vuelta al club de su buen amigo el presidente ruso, Vladimir Putin. El único problema era que casi todo el conocimiento que Trump tenía de Sicilia proviene de su admiración por El Padrino.

Su discurso para los líderes de las principales democracias subrayó que la seguridad europea y asiática se gestionará bajo un modelo de protección propio de la mafia. “Qué bonito país tenéis aquí”, bromeó con un perplejo primer ministro italiano, “sería una pena que le pasara algo”. Incluso antes de que llegara formalmente la “oferta que los europeos no podrían rechazar”; más tarde ese verano, el efecto en la relación de Estados Unidos con sus aliados europeos fue catastrófico.

Las líneas anteriores son una obra de ficción, una descripción prematura de lo que podría suceder. Pero sirven para resaltar el desafío que la presidencia Trump presenta para los europeos.

Las relaciones transatlánticas han sido predecibles e incluso aburridas en los últimos años. Sus disfuncionalidades y disputas son rituales, pero han servido a los intereses de los socios transatlánticos bastante bien y la alianza ha sido eficaz en conjunto. Desde la perspectiva de EEUU, los europeos, de forma individual y a través de foros multilaterales como la OTAN o la Unión Europea, han sido socios de preferencia en cualquier empresa relevante de política exterior. Para los europeos, la alianza ha servido para mantener a los americanos interesados e implicados en los asuntos del viejo continente, a pesar de Oriente Próximo y la importancia de Asia.

Pero, por primera vez en generaciones, un presidente de EEUU cuestiona el concepto mismo de “alianza”. Trump la percibe en términos instrumentalistas y, de no ser radicalmente remodelada, afirma que EEUU simplemente dejará sola a Europa para lidiar con sus problemas.

El desafío existencial de Trump

Es necesario ser cauto al aventurar qué hará Trump. A lo largo de su campaña, centrada mayormente en cuestiones internas y en inmigración, ha evitado hacer promesas específicas y ha esquivado presiones externas para cumplirlas. En política internacional, ha adoptado un nivel de incoherencia que celebra la idea de que sus declaraciones van más allá de los dictados de la lógica. Declaró un desinterés profundo en usar la fuerza en el exterior, pero propuso bomb the shit out of los campos de petróleo controlados por Estado Islámico en Irak y Siria, y llevarse el petróleo.

La falta de coherencia ha llevado a muchos a asumir que realmente no importa lo que Trump haya dicho en el periodo de campaña. Existe una creencia entre gobiernos europeos de que, o bien el sistema americano de pesos y contrapesos impedirá las propuestas más radicales del presidente electo, o bien quizá no se retire de la OTAN. No obstante, resulta un planteamiento peligrosamente autocomplaciente. Los presidentes de EEUU gozan de enorme libertad en política exterior. Tras el 11-S, George W. Bush y Barack Obama han centralizado aún más el proceso de decisión sobre política exterior en la Casa Blanca. El Congreso apenas ha protestado y ha evitado en gran medida asumir responsabilidades en la materia.

A juzgar por la reacción hasta la fecha de los líderes republicanos en el Congreso, existen pocos motivos para creer que se comportarán de otra manera. El presidente Trump asumiría por tanto una maquinaria ejecutiva bien definida e independiente para conducir la política exterior.

Trump se contradice a sí mismo con frecuencia, pero tiene una visión propia sobre política exterior desde hace décadas en torno a tres pilares que nunca ha abandonado. Uno, EEUU tiene un acuerdo desfavorable con sus aliados. Dos, el enfoque de EEUU hacia el libre comercio ha empobrecido a los trabajadores estadounidenses y debilitado el país. Tres, es mejor un acuerdo con hombres fuertes autoritarios que con líderes europeos.

Los ‘malos’ aliados

Trump ha declarado sistemáticamente que EEUU mantiene malos acuerdos con sus aliados y para con el orden mundial. En 1987, gastó 100.000 dólares de su dinero para publicar un anuncio a página completa en New York Times en el que defendía esta idea. EEUU ha afrontado la factura de la seguridad global durante generaciones sin apenas recibir nada a cambio. El acuerdo de seguridad entre EEUU y Japón de 1951 es para Trump el ejemplo perfecto de este tipo de políticas desfavorables, ya que obliga a EEUU a defender a Japón, pero no obliga a Japón a defender a EEUU.

Para él, los enemigos de EEUU pactan acuerdos duros, pero al menos sabes en qué posición estás con ellos. Trump asegura que Putin es alguien “con quien se llevaría muy bien”, mientras que en Angela Merkel –el interlocutor más importante de Obama en Europa– ve alguien que “se deja llevar” y “acepta el petróleo y gas que puede de Rusia”, mientras que EEUU “lleva la iniciativa en Ucrania”.

Trump está decidido, por tanto, a lograr mejores acuerdos con los aliados de EEUU. Por ejemplo, en la alianza transatlántica, socios europeos como Alemania deberían pagar por el privilegio de la protección americana. Si no cumplen con sus obligaciones, “no serán defendidos”. Para Trump, los aliados no deberían necesitar protección, pues Europa debe afrontar la carga de gestionar conflictos que son eminentemente europeos, como Ucrania o la crisis de los refugiados.

Malos acuerdos comerciales

El segundo pilar de la política exterior de Trump consiste en su convencimiento de que los acuerdos de libre comercio han perjudicado a EEUU. Sus percepciones sobre comercio se remontan a la década de los ochenta y los debates respecto al comercio entre EEUU y Japón. Para él, las élites americanas, en un esfuerzo por atraer hacia sí a los aliados potenciales de la Unión Soviética, sacrificaron los intereses de la economía estadounidense en favor de intereses extranjeros. Con la guerra fría cerrada, esta mentalidad ya no es pertinente y EEUU puede promover acuerdos que antepongan los intereses económicos del país a las ambiciones globales de las élites cosmopolitas. Según Trump, “el americanismo, no el globalismo, será nuestro credo”.

De ahí, que el presidente electo se haya comprometido a retirar a EEUU de una serie de acuerdos comerciales “inaceptables”; incluyendo la revisión del Tratado de América del Norte con México y Canadá (Nafta, en inglés) e, incluso, de la Organización Mundial del Comercio. Las perspectivas del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) y del Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP) básicamente murieron el día que Trump ganó las elecciones. Sin embargo, no considera que el comercio sea inherentemente malo para la economía estadounidense. Trump parece creer que, en negociaciones bilaterales, podría aprovechar el tamaño del mercado de EEUU y su propia capacidad de negociación para obtener mejores resultados.

La ventaja del hombre fuerte

La fascinación de Trump hacia líderes fuertes y autoritarios viene de lejos. Después de una visita a Moscú en 1990, criticó la falta de mano dura de Mijail Gorbachov a la hora de responder a los desafíos que afrontaba la URSS en aquel momento. Comparó esta supuesta debilidad con la dura respuesta del gobierno chino tras las protestas de Tiananmen, subrayando públicamente el positivo valor del poder de la fuerza. Durante la campaña electoral alabó al expresidente iraquí, Sadam Husein, al norcoreano Kim Jong-Un, al sirio Bachar el Asad y al fallecido líder libio Muamar el Gadafi. Más visiblemente, Trump se ha involucrado en una especie de bromance con Putin.

La admiración de Trump por los líderes fuertes es algo más que una preferencia personal; es una demostración de su creencia de que los individuos fuertes “ganan” a lo largo de la historia. Los sistemas que no dejan emerger a los líderes fuertes, diluyendo el poder y el proceso de toma de decisiones, generan líderes débiles y, por tanto, naciones débiles. La UE está, para él, condenada.

Trump, un nuevo desafío

La visión del mundo de Trump presenta un desafío para las relaciones transatlánticas. Por supuesto, el presidente electo desea un reparto de las cargas más equitativo respecto a política exterior que el vigente durante décadas. El pivot hacia Asia de la administración Obama reflejaba ya en parte esta idea. Pero comparar a Obama con Trump pone de manifiesto todo lo que es nuevo. Los intentos por igualar el reparto de cargas de seguridad de EEUU –incluyendo los de Obama–han partido de la idea de que los mejores aliados de Washington son las democracias, que su propia prosperidad proviene de un amplio sistema global de comercio e inversión y que la seguridad europea debe ser protegida, por Europa si es posible y por EEUU si es necesario.

Los anteriores presidentes estadounidenses de posguerra han buscado abiertamente una asociación más equilibrada con Europa, que consideraban un interés fundamental de EEUU y, por tanto, eran reacios a abandonar Europa y dejarla con sus propios recursos.

Trump, por el contrario, cree en muros y océanos. Según su visión, EEUU puede y debe mantenerse al margen de los problemas de otras regiones. Por ejemplo, Trump no cree que EEUU deba ofrecer asistencia en la crisis de refugiados europea. A diferencia de cualquier otro presidente estadounidense desde Harry S. Truman, Trump no comparte la idea de que EEUU tenga relaciones especiales con países por el solo hecho de que sean democracias.

Un futuro ‘trumpiano’

Esta visión, por tanto, sí representa una amenaza existencial a la alianza transatlántica, pues está enfrentada a principios asentados durante décadas en dichas relaciones. El temperamento volátil de Trump y su tendencia a ridiculizar a sus aliados aportaría un nuevo y perjudicial tono a la diplomacia transatlántica.

La resonancia del mensaje del America First deriva en parte de las ventajas de la geografía americana y el histórico mito de su independencia. Trump puede hacer tales afirmaciones con credibilidad, porque EEUU tiene opciones a corto plazo para aislarse de los problemas del mundo, e incluso reducir su dependencia en el comercio global.

La UE, sin embargo, no cuenta con esa opción. No puede aislarse de los problemas del este de Europa o de Oriente Próximo por mucho tiempo. Su estructura económica muestra incluso más interés en un sistema de comercio global que EEUU. Esta diferencia fundamental en la situación de los estadounidenses y los europeos significa que el grado de confianza de Europa respecto a EEUU para su seguridad y prosperidad tiene un límite.

Muchos miembros de la UE están cayendo en la introversión justo en el momento que crecen las amenazas a la seguridad en sus fronteras en el Sur y el Este. Demasiados gobiernos en Europa aún creen que pueden contar con Washington para asegurar sus intereses claves. Pero con Trump, EEUU se volverá también más ensimismado y menos predecible como socio internacional. Los europeos deberían tomar nota y, al menos, adoptar medidas proactivas para incrementar visiblemente las cargas que comparten en la alianza transatlántica y su capacidad para desplegar acciones independientes y cooperativas con un nuevo EEUU.

Estudios de Política Exterior 18.01.2017

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