El Claustro de la Universidad de Málaga acaba de recibir a Antonio Soler como nuevo doctor honoris causa. Lo ha hecho siguiendo la tradición, con el ceremonial con que nuestros antepasados invitaban a formar parte del claustro a hombres ilustres de las ciencias y las humanidades.

Recibimos a nuestro nuevo doctor desde la admiración que suscita su obra, desde la fascinación de su creatividad y su pasión literaria. Antonio Soler recibe hoy la distinción que otorga la Universidad de Málaga a quienes han logrado la excelencia.

A personalidades que aun en su plena actividad creativa están llamados a ser un día posteridad.

Hoy, Antonio Soler sigue conviviendo en cierta manera con aquel niño de los años sesenta y setenta, solitario, reflexivo. El niño que desde el autobús del colegio, miraba, tal vez intuía, el escenario de su obra, la explanada, a veces seca a veces barrizal, de los pabellones militares, allí donde de vez en cuando levantaban el circo, la calle Eugenio Gross, Gamarra. Era como descubrir el mundo a partir de un grano de arena. Era la vida observada desde la distancia. La ciudad de la memoria. La Málaga que luego se asomaría a su literatura. Un largo paseo desde el Camino de Antequera al Camino de los Ingleses durante el que el escritor fue encontrando sus materiales.

El misterio inescrutable de esos mecanismos que transmutan en novela la experiencia vital, el recuerdo, o la imaginación.

Pocas cosas hay tan difíciles de aprehender como el acto creativo. Aparentemente no hay caminos, no hay normas. Tal vez por eso algunos evoquen a las musas griegas, que se presentaban sin avisar y solo favorecían a quienes encontraban trabajando. Pero la literatura también es ciencia, como afirma Joyce, si atendemos a la gramática y a los personajes.

La mayor parte del aprendizaje del escritor sucede en el interior de si mismo. Su trabajo solo puede surgir de la singularidad de propio su mundo. Y de esa singularidad, por paradójico que parezca, es de donde nace la universalidad a su obra. Donde el escritor confluye con el mundo.

Hoy las palabras de Antonio Soler añaden una voz nueva en el Claustro de una universidad pública que defiende las humanidades. Una voz que habla de compromiso ético, de talento y de voluntad.

La Lengua y la Literatura, la Historia, la Filosofía, las Artes, son pilares fundamentales de nuestra civilización, de nuestra cultura. Nos sirven para articular críticamente el propio pensamiento, a discernir, a formar un criterio propio. Llevan en sí mismas la pasión por la belleza, por un mundo más humanizado, más libre y por consiguiente un mundo mejor.

Sería lamentable que arrastrados por los objetivos de rentabilidad, se reorientasen las políticas educativas hasta subordinarlas al beneficio inmediato. Que los responsables del futuro dejaran de lado la formación de ciudadanos críticos, de ciudadanos con capacidad para cuestionar, y participar con conocimiento de causa en la toma de decisiones.

Pero sería aun peor que los universitarios nos resignáramos a ello. Porque el día en que eso suceda, el día en que la obsesión por la rentabilidad arrastre pensamiento crítico, libre y creativo habremos caído en el empobrecimiento intelectual, en  la precariedad del discurso ético y en la pérdida de cohesión de nuestro sistema de vida. 

Ninguna democracia puede ser fuerte y estable si no cuenta con el apoyo de ciudadanos críticos, participativos, con capacidad para discrepar. La democracia necesita las humanidades.

Hemos vivido una crisis  de  dimensión global. No es solo la crisis económica. Bajo ella subyace otra que no siempre se percibe, pero que puede ser más devastadora para el futuro de la democracia. Es una crisis de valores, una crisis ética que afecta también al modelo educativo.

A veces se pretende formar a los jóvenes desde la idea de que solo las ciencias experimentales y la tecnología pueden llevar al éxito y por tanto al enriquecimiento económico. Es una obsesión por el beneficio rápido que está sacando del sistema aspectos esenciales no solo para la cultura sino para el propio concepto de convivencia social.

La universidad pública tiene que jugar un papel primordial en la defensa de las Humanidades, con la única autoridad que nos asiste, que es la autoridad de la razón.  Nos va mucho en ello. Las humanidades no son saberes residuales, o pasados de moda. Representan una esperanza de futuro y deben ir juntas con las

Ciencias Experimentales y con las Tecnologías, porque todo ello, juntos, forman el Conocimiento que nuestra sociedad necesita.

El Conocimiento tan necesario para pensar críticamente, para superar los nacionalismos de aldea y pensar en términos globales, como ciudadanos del mundo. Tan necesario para comprender a los semejantes y verlos como personas que aman y sufren y sienten, y no como meros instrumentos con los que obtener ganancias o como adversarios sin rostro en un mundo competitivo. Las Humanidades, y en concreto  la literatura, nos ayudarán a ponernos en el lugar de los demás. A entender la evocación del otro, la ficción que reconstruye la dimensión humana del pasado.

¿Para qué sirve la literatura?, Para nada decía Saramago con cierta sorna, pero en realidad el acto de leer es el que nos hace seres humanos. La literatura es un estímulo para aprender nuevos modelos de armar la realidad.

Antonio Soler representa hoy una figura consagrada en el panorama de las letras españolas. Maestro indiscutido de la novela, su prosa acompañará siempre a quienes aspiramos a contemplar la vida y el futuro con un libro entre las manos. Cruzándonos con sus personajes al cabo de la calle. La novela de Antonio Soler guarda la memoria de nuestra propia historia. Tan tumultuosa y rica en episodios, tan pródiga en personajes. Escribir es siempre un desafío al tiempo. Y la historia de la literatura sigue en su ayer sin dejar por ello de vivir para el futuro. La literatura es una carrera de relevos en la que el libro es la antorcha que ilumina cada tiempo. La antorcha que nos ilumina esta tarde en la que rendimos homenaje a un escritor, a una vida encuadernada en los valores humanistas.

Antonio, dice Miguelito Dávila que Nunca existió́ ningún paraíso, sólo los que los hombres fabricaron en sus cabezas”, trabajemos juntos para que construir este paraíso de hombres cultos y libres.

Antonio Soler, gracias por aceptar esta distinción, sea bienvenido al Claustro de la Universidad de Málaga.